Angulimala

En los tiempos del Buda vivía un hombre llamado Angulimala. Era un asesino en serie muy famoso. Había sufrido enormemente en la vida y estaba lleno de odio.
Un día entró en una ciudad y la gente huyó despavorida. Por lo visto, el Buda y su comunidad se encontraban cerca del lugar y aquella mañana el Buda fue a esa misma ciudad en su gira matutina para pedir limosna. Uno de los habitantes de la ciudad le suplicó: «Querido maestro, ¡es peligroso andar por la calle! Ven a nuestra casa. Deja que te ofrezca algo de comer. Angulimala ronda por la ciudad».
El Buda le respondió: «No te preocupes. Mi práctica consiste en ir por la calle y en visitar muchos hogares y no solo uno. No estoy aquí solamente para pedir mi comida diaria, sino también para entrar en contacto con la gente, para darles la oportunidad de practicar la generosidad mientras se conmueven al verme y de ofrecerles enseñanzas».
De modo que el Buda no accedió a la angustiada petición de su seguidor. Tenía la suficiente calma, fuerza espiritual y valor como para seguir realizando su práctica. Y, además, antes de ordenarse monje había sido un gran experto en artes marciales.
Durante su gira mendicante el Buda sostuvo su cuenco de madera con serenidad y concentración y caminó con plena conciencia, disfrutando de cada paso. Al terminarla, mientras andaba por el bosque, oyó a alguien corriendo a sus espaldas. Se dio cuenta de que era Angulimala. Era la primera vez que Angulimala se encontraba con alguien que no le tenía miedo. Cualquier otra persona habría huido despavorida al verle, salvo los más desafortunados, los que se quedaban paralizados de miedo en el sentido literal.
Pero el Buda no reaccionó como los demás. Siguió caminando imperturbable.
Angulimala estalló en cólera al toparse con alguien al que no atemorizaba. El Buda lo sabía: era consciente de la situación. Pero el pulso no se le aceleró, ni se sintió inundado por un torrente de adrenalina. Ni tampoco se puso a sopesar desesperadamente si enfrentarse a él o huir. Se mantuvo totalmente sereno. ¡Su práctica era excelente!
Angulimala, a punto de alcanzarle, le gritó: «¡Monje, monje! ¡Detente!» Pero el Buda siguió avanzando con calma, serenidad y nobleza. Era la personificación de la paz, de la valentía. Cuando Angulimala le dio por fin alcance, le soltó: «Monje, ¿por qué no te detienes? ¡Te he dicho que lo hagas!»
El Buda, caminando como si nada, le dijo: «Hace ya mucho que yo me he detenido.
El que no lo ha hecho eres tú, Angulimala».
Angulimala se quedó desconcertado: «¿A qué te refieres? Dices que te has detenido, pero sigues caminando».
Entonces el Buda le explicó lo que significaba realmente detenerse. Le dijo:
«Angulimala, no es bueno seguir obrando de ese modo. Sabes que estás causando un gran sufrimiento a los demás y también a ti. Tienes que aprender a amar».
«¿A amar? ¿Me estás hablando a mí de amor? Los seres humanos son muy crueles.
Los odio a todos. ¡Quiero matarlos a todos! El amor no existe.»
El Buda le respondió con dulzura: «Angulimala, sé que has sufrido terriblemente y que hay mucha ira, mucho odio dentro de ti. Pero si observas a tu alrededor, verás que hay gente buena, gente afectuosa. ¿Es que no te has encontrado con algún monje o monja de mi comunidad? ¿Con alguno de mis discípulos laicos? Son todos ellos unas personas muy compasivas, muy pacíficas, nadie lo puede negar. No debes engañarte de esta manera diciendo que el amor no existe; hay personas que son capaces de amar.
Detente, Angulimala».
Angulimala replicó: «Es demasiado tarde, ya es demasiado tarde para detenerme.
Aunque lo intentara, la gente no me lo permitiría. Me matarían al instante. Si quiero sobrevivir, no puedo detenerme nunca».
El Buda le dijo: «Querido amigo, nunca es demasiado tarde. Detente ahora. Te ayudaré como amigo. Y nuestra sangha te protegerá». Al oírlo, Angulimala arrojó la espada, se arrodilló y le pidió que le aceptara en la sangha, en la comunidad del Buda. Y se convirtió en el practicante más diligente de la comunidad. Se transformó por completo y llegó a ser una persona sumamente pacífica, la viva imagen de la no violencia.
Si Angulimala logró detenerse, cualquiera de nosotros también puede hacerlo. No hay nadie que esté más ocupado, agitado y loco que aquel asesino. Si no nos detenemos, no encontraremos la paz del silencio. Pero correr más deprisa todavía de un lado para otro, esforzarnos con mayor empeño no nos la traerá. El único lugar donde la encontraremos es en el ahora. En cuanto consigas detenerte de verdad, tanto en lo que se refiere al movimiento incesante como al ruido interior, empezarás a descubrir un silencio renovador. El silencio no es una carencia, un vacío sin nada. Cuanto más espacio hagas para la quietud y el silencio, más tendrás para dar tanto a ti como a los demás.

Thay

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