El miedo originario, el deseo originario

Nuestro miedo nació al mismo tiempo que nosotros. Durante los nueve meses que pasamos en el vientre de nuestra madre nos sentimos seguros. No teníamos que hacer nada. Era un entorno muy cómodo. Pero al nacer, la situación cambió drásticamente.

Cortaron el cordón umbilical y tuvimos que aprender a respirar por nosotros mismos. Puede que tuviéramos líquido en los pulmones, y tuvimos que expulsarlo para poder hacer una primera inspiración. Que sobreviviéramos o no dependía de esas primeras respiraciones. De ahí procede nuestro miedo originario. Queremos sobrevivir. Cuando somos un tierno bebé, tenemos brazos y pies, pero no podemos usarlos. Necesitamos que alguien nos cuide. Con el miedo originario llega el deseo originario. Tenemos miedo a que nos dejen solos y a la vez queremos sobrevivir. Aunque finalmente nos convertimos en adultos, el miedo y el deseo originarios siguen estando presentes.

Miedo y deseo tienen la misma raíz: tememos morir, y por eso deseamos. Deseamos que alguien esté ahí para ayudarnos a sobrevivir. Esperamos en todo momento que esa persona llegue, nos ayude, nos proteja. Sentimos que seguimos estando indefensos, que no tenemos medios para sobrevivir por nosotros mismos. Necesitamos a otra persona. Si lo analizamos en profundidad, nos damos cuenta de que todo deseo es una prolongación de ese deseo originario. Al no haber reconocido el deseo del niño interior, nuestro deseo es imposible de satisfacer. Queremos una nueva relación, o un nuevo empleo, o más dinero. Pero una vez conseguimos todo eso, no lo disfrutamos. Surge un deseo tras otro, nunca nos detenemos.

Thay

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

  • Traducir