El Monje De Los Cocos

En Vietnam había un monje al que llamaban «El monje de los cocos» porque le gustaba trepar a una plataforma en lo alto de un cocotero para meditar sentado en ese lugar. Allí arriba se estaba más fresquito. De joven había estudiado la carrera de ingeniería en Francia. Pero al volver a Vietnam y ver el país asolado por la guerra, ya no quiso ser ingeniero y deseó ser monje y practicar como tal. Escribió una carta en honor de Nhat Chi Mai, una de mis estudiantes laicas que se había inmolado para pedir que terminara la guerra. Escribió: «Me estoy quemando como tú. La única diferencia es que ardo más despacio». Se estaba refiriendo a que él también había entregado toda su vida para pedir la paz.

«El monje de los cocos» hizo muchas cosas para enseñar que la paz era posible. En una ocasión creó un centro de meditación en el delta del río Mekong y pidió a muchas personas que vinieran a meditar sentadas con él. Recogió por la zona fragmentos de balas y de bombas, los fundió, y forjó con el metal una campana enorme, la campana de la plena conciencia. Luego la colgó en su centro de meditación y a diario invitaba a la campana a sonar de día y de noche. Escribió un poema en el que decía: «Queridas balas, queridas bombas, os he ayudado a uniros para que practiquéis. En otra vida habéis matado y destruido. Pero en esta estáis llamando a la gente para que despierte, para que despierte a la humanidad, el amor y la comprensión». Invitaba a la campana a sonar cada mañana y cada noche. La misma campana era un símbolo de cómo la transformación era posible.

Un día fue al palacio presidencial para entregar un mensaje de paz, pero los guardias no le dejaron pasar. Al ver que hablar con ellos de nada le serviría, decidió guardar silencio. Se instaló cerca del lugar y durmió junto a la puerta de entrada del palacio. Se había llevado consigo una jaula y dentro había un ratón y un gato que habían aprendido a ser amigos. El gato no se comía al ratón. Un guardia le preguntó: «¿Por qué has venido aquí?» Y «El monje de los cocos» contestó: «Quiero mostrarle al presidente que hasta un gato y un ratón pueden vivir juntos en paz». Quería que todo el mundo se preguntara a sí mismo: si incluso un gato y un ratón pueden vivir en paz, ¿por qué los seres humanos no podemos hacer lo mismo?
«El monje de los cocos» se pasó mucho tiempo en soledad y en silencio. Su voluntad, su deseo, era ayudar a crear un ambiente más pacífico en el país. Y para conseguirlo su mente tenía que estar muy clara, sin distraerse. Tal vez algunas personas piensen que estaba loco. Pero yo no opino lo mismo. Creo que era un activista por la paz que se había establecido firmemente en su propio hogar, en la isla de su interior.

Thay

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