La cadena de la avaricia

A pesar de que la ignorancia es la raíz de la existencia cíclica, lo que nos mantiene atrapados en el ciclo de sufrimiento de una vida a la siguiente es el deseo.

En complicidad con el deseo se encuentra la avaricia, la mente que se aferra a sus posesiones y no puede soportar la idea de separarse de ellas. Aunque nos gusta pensar en nosotros como personas generosas, cuando examinamos nuestra conducta, nos damos cuenta de que hay mucho que podemos mejorar.

Por ejemplo, nuestros armarios y sótanos pueden estar llenos con cosas que no usamos, de hecho, tal vez ni siquiera recordamos que tenemos algunas de esas cosas, pero en cuanto los empezamos a limpiar, nuestra mente inventa muchas razones para no dar de esas cosas, incluso a personas que claramente las necesitan. “Puede que lo necesite más adelante”, “Esto tiene un valor sentimental”, “La persona a la que se lo dé se aprovechará de mí y me va a pedir más”, “No quiero que parezca que estoy haciendo alarde de que soy generoso “, y así sucesivamente.

Es fácil pensar que somos gente generosa y magnánima cuando estamos sentados aquí leyendo. Pensamos: “No estoy apegado. Yo estaría encantado de compartir lo que tengo con los demás”. Pero si alguien nos preguntara: “¿Me puede dar la comida que tiene en su alacena?”, probablemente responderíamos: “¡No! ¿Por qué debería dársela?” O si alguien toma los zapatos que dejamos afuera de la sala de meditación, estaríamos molestos. “¿Quién tomó mis zapatos? ¡Cómo se atreven! ¡Quiero que me los regresen!”

El miedo a menudo se esconde detrás de nuestras excusas. Creemos falsamente que las posesiones nos darán seguridad en la existencia cíclica. De hecho, es nuestro apego a ellas lo que nos mantiene atados en una prisión de insatisfacción. Constantemente anhelamos más y mejor, sin embargo, nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.

La avaricia es dolorosa. Cuando surge en nuestra mente, estamos encerrados en su apretado abrazo, nos aprisiona. Cuando reconozcamos los defectos de la avaricia, tendremos el coraje de dejarla ir, porque queremos ser felices. La avaricia impide nuestro progreso espiritual, nos convierte en hipócritas y perpetúa nuestra insatisfacción. Si vemos esto con realismo, vamos a querer aplicar los antídotos contra la avaricia. Por ejemplo, dado que ya sabemos el daño que nos puede causar un ladrón, cuando alguno entra a nuestra casa no lo invitamos a sentarse para tomar una taza de té. De la misma manera, cuando sabemos el daño que causan las emociones perturbadoras, no las invitamos a nuestra mente y nos ocupamos de atenderlas.

Los antídotos contra la avaricia son el no-aferramiento y la generosidad. Con el no-aferramiento no concebimos las posesiones materiales como una fuente confiable de felicidad o como un sinónimo de éxito. Al tener más equilibrio dentro de nosotros, descubrimos la satisfacción, un “bien de consumo” raro en nuestra sociedad materialista. La satisfacción nos permite cultivar el amor que desea que otros tengan felicidad y sus causas, y por lo tanto, nos deleitamos en el dar.

Dar con un corazón abierto nos trae alegría y beneficia directamente a los demás. Las mercancías se comparten de manera más equitativa dentro de nuestra sociedad y entre las naciones, apaciguando el malestar de la desigualdad social y promoviendo la paz mundial. Compartir es una fuente de la continuidad de nuestra existencia como especie. Como dice Su Santidad el Dalai Lama, no es la supervivencia del más fuerte, sino de los que cooperan más, lo que hace que una especie prospere. Ninguno de nosotros existe de manera independiente; tenemos que depender de otros, simplemente para mantenernos con vida. Por lo tanto, ayudar a los demás y compartir la riqueza es de beneficio para uno mismo y para los demás. La generosidad nos hace felices ahora, permite que nuestra especie siga prosperando y crea karma positivo que nos traerá prosperidad en el futuro. Además, es un rasgo esencial de un ser iluminado. ¿Quién ha oído hablar de un Buda tacaño?

Thubten Chodron

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