La Estrella Matutina ha Salido

GRACIAS a la atención plena, la mente, el cuerpo y la respiración de Siddhartha se hallaban en perfecta armonía. Dicha práctica le había permitido desarrollar gran poder de concentración que ahora utilizaba para irradiar sabiduría sobre su mente y su cuerpo. Tras entrar en un estado de meditación profunda, percibió la presencia de innumerables seres en su interior: seres orgánicos e inorgánicos, minerales, musgos y hierbas, insectos, animales y personas. Vio que otros seres eran él mismo en ese mismo momento. Vio sus vidas previas, todos sus nacimientos y muertes. Vio la creación y la destrucción de miles de mundos y de miles de estrellas. Sintió las alegrías y tristezas de cada ser vivo —los nacidos de madres, los nacidos de huevos y los nacidos por fisión—. Vio que cada célula de su cuerpo contenía cielo y tierra y abarcaba los tres tiempos — pasado, presente y futuro—. Ésta fue su realización durante la primera fase de la noche.

Gautama   entró   en   un   nivel   aún   más   profundo   de meditación. Vio la creación y destrucción de innumerables mundos. Vio incontables nacimientos y muertes de incontables seres. Vio que tales nacimientos y muertes no eran más que apariencias exteriores pero no la realidad, como los millones de olas  que se  forman  y se disuelven  en la superficie del  mar, mientras el mar está más allá del nacimiento y la muerte. Si las olas comprendieran que son agua, trascenderían el nacimiento y la muerte y alcanzarían la verdadera paz interior liberándose de todo temor. Gautama acababa de trascender el ciclo de nacimiento y muerte, y sonrió. Su sonrisa era como una flor abriéndose en la noche profunda e irradiando un halo de luz. Era la sonrisa de una maravillosa comprensión, la comprensión profunda de la destrucción de todos los engaños. Siddhartha alcanzó este nivel de realización en la segunda fase de la noche.

En  ese  mismo  momento,  un  trueno retumbó  y grandes relámpagos destellaron en el cielo como si quisieran rasgarlo en dos. Las negras nubes ocultaron la luna y las estrellas. Llovía. Gautama estaba empapado pero no se movió. Siguió meditando.

Sin vacilación, proyectó la luz de la sabiduría sobre su mente. Vio que los seres vivos sufren porque no comprenden que comparten una misma realidad con los demás. La ignorancia da origen a infinitas penas, confusiones y problemas y es la causa raíz de la codicia, el enfado, la arrogancia, la duda, los celos y el miedo.

Cuando aprendemos a calmar la mente y contemplamos la verdadera naturaleza de las cosas, llegamos a la perfecta comprensión que disuelve toda tristeza y ansiedad y da origen a la aceptación y el amor.

Gautama vio a continuación que la comprensión y el amor son uno. Sin comprensión no puede haber amor. La personalidad de cada persona está constituida por condiciones físicas, emocionales y sociales. Con la comprensión no se puede odiar a nadie, ni siquiera a las personas crueles, pero sí se les puede ayudar a transformar sus condiciones físicas, emocionales y sociales. La comprensión da origen a la compasión y al amor que,  a  su  vez,  engendran  la  acción  correcta.  Para amar,  es necesario comprender primero. Por lo tanto, la comprensión es la llave de la liberación. Y para alcanzar una clara comprensión es necesario vivir con plena atención, conectando directamente con la vida en el momento presente, viendo realmente lo que ocurre dentro y fuera de uno mismo. La práctica de la atención plena fortalece  la  capacidad  de  mirar  profundamente  y,   cuando miramos profundamente en el corazón de las cosas, éstas se revelan por sí mismas. He aquí el tesoro secreto de la atención plena: conduce al logro de la Liberación y de la Iluminación. La vida  se  ilumina con  la comprensión correcta,  el pensamiento correcto, la palabra correcta, la acción correcta, el modo de vida correcto, el esfuerzo correcto, la atención correcta y la concentración  correcta.  Siddhartha  llamó  a  este  método  el Camino Noble: Aryamarga.

Contemplando profundamente el corazón de los seres, Siddhartha vio la mente de todos, allí donde se hallaran, y oyó los gritos de dolor y de alegría de cada uno de ellos. Alcanzó el estado de la visión y la audición divinas y la capacidad de viajar en todas las direcciones sin moverse del lugar. Concluía ahora la tercera fase de la noche. Los truenos habían cesado; las nubes se retiraron para dejar paso a la luz resplandeciente de la luna y las estrellas.

Siddhartha sintió que la prisión en la que había estado confinado durante miles de vidas se desintegraba. La ignorancia había sido su carcelero oscureciendo su mente, como la luna y las estrellas por las nubes tormentosas. La mente, empañada por las olas incesantes de los pensamientos engañosos, había dividido la realidad en sujeto y objeto, uno mismo y los demás, existencia y no-existencia, nacimiento y muerte y, de dichas diferenciaciones,  habían  surgido  las  visiones  erróneas  —la prisión de las sensaciones, el ansia, el aferramiento y el devenir—. Los sufrimientos del nacimiento, la vejez, la enfermedad  y  la  muerte  no  hacían  más  que  engrosar  los espesos muros de la prisión. La única solución era atrapar al carcelero —la ignorancia— y contemplar su verdadero rostro. El medio para eliminar la ignorancia era el Noble Camino Óctuple. Una  vez eliminado el carcelero,  la cárcel desaparecería para siempre jamás.

El ermitaño Gautama sonrió y se dijo para sus adentros: “Oh carcelero, ¿cuántas vidas me has tenido confinado en las cárceles del nacimiento y la muerte? Pero ahora veo claramente tu rostro y ya no podrás construir más cárceles a mi alrededor”.

Siddhartha miró al cielo y vio que la estrella matutina aparecía ahora en el horizonte, centelleando como un inmenso diamante. La había visto muchas veces sentado bajo el árbol pippala, pero aquella mañana tenía la impresión de descubrirla por primera vez. Era deslumbrante como la jubilosa sonrisa de la Iluminación. Siddhartha miró fijamente a la estrella. Movido por una compasión profunda, exclamó: ‘Todos los seres tienen en su interior las semillas de la Iluminación y, sin embargo, ¡se ahogan en el océano del nacimiento y la muerte durante miles y miles de vidas!”.

Siddhartha había hallado el gran camino; había alcanzado su propósito y su corazón experimentaba ahora una paz y serenidad perfectas. Pensó en sus años de búsqueda, llenos de decepciones y penalidades. Pensó en su padre, en su madre, en su tía, en Yasodhara, en Rahula y en todos sus amigos. Pensó en el palacio, en Kapilavatthu, en sus gentes, en su país y en todos los que vivían en la pobreza y la opresión, especialmente los  niños.  Prometió  hallar  el  modo  de  compartir  su descubrimiento para ayudar a todos los demás a liberarse por sí mismos del sufrimiento. De su profunda comprensión, emergió un amor puro hacia todos los seres.

Flores multicolores se abrían a la luz de la mañana en las verdes orillas del río.

El  sol  danzaba  sobre  las  hojas  y  destellaba  sobre  las aguas. El dolor de Siddhartha había desaparecido. Las infinitas maravillas de la vida se revelaban naturalmente. Todo parecía extrañamente nuevo. ¡Qué formidables el cielo azul y las nubes blancas llevadas por el viento! Siddhartha se sentía como si él y todo el universo hubieran sido nuevamente creados.

Justo entonces apareció Svasti. Cuando Siddhartha le vio correr hacia él, sonrió. De pronto, Svasti se paró en seco y le miró fijamente con la boca abierta. Siddhartha le llamó, “¡Svasti!”.

El niño volvió en sí. Respondió: “¡Maestro!”.

Svasti juntó las palmas de las manos y se inclinó. Avanzó unos pocos pasos, pero de nuevo se detuvo y contempló una vez más a Siddhartha. Turbado por su comportamiento, habló con voz vacilante: “Maestro, hoy pareces muy distinto”.

Siddhartha le hizo señas para que se acercara. Le tomó entre sus brazos y preguntó: “¿Qué es lo que ha cambiado?”.

Tras  observar  atentamente a Siddhartha,  respondió,  “es difícil de explicar. Es simplemente que estás muy cambiado. Pareces una estrella”.

Siddhartha le acarició la cabeza y dijo: “¿Eso parezco? ¿Y qué más parezco?”. “Pareces un loto que acaba de abrirse. Eres como, ¡como la luna sobre el Pico Gayasisa!”.

Thay

«Camino Viejo Nubes Blancas»

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