La felicidad y la paz son posibles

Cada día de veinticuatro horas es para nosotros un regalo extraordinario. Así es como podemos aprender a vivir de un modo que posibilite la alegría y la felicidad. Y eso es algo a lo que todo el mundo puede acceder. Mi día empieza atendiendo a la respiración mientras hago una ofrenda de incienso. Luego me digo que ése es  un  día  perfecto  y  me  comprometo a  vivir  cada instante  lo  más  libre,  hermosa  y  plenamente  que pueda. Para hacer esto sólo necesito tres o cuatro minutos, y es algo que me proporciona un gran placer. Tú también puedes hacer lo mismo cuando despiertes. Respira y recuerda que se te ha concedido un nuevo día y que para vivirlo debes estar aquí.

El mejor modo de permanecer presente aquí y ahora consiste en prestar una atención completa a la respiración. Y no es necesario, para ello, manipularla de ningún modo. La respiración es tan natural como el aire y la luz y debes dejarla tal cual es, sin interferir. Lo único que tienes que hacer es prender la lámpara de la conciencia para iluminar, con ella, tu respiración. Genera la energía de la atención plena y utilízala para iluminar, con ella, todo lo que ocurra en el momento presente.

Cuando inspires, dite «inspiro y sé que estoy inspirando». Y date cuenta, mientras lo haces, de que la energía de la atención plena abraza tu inspiración, con la misma ternura con que la luz del sol acaricia las hojas y las ramas de los árboles. La luz de la atención plena está sencillamente aquí y abraza, sin violencia ni manipulación directa alguna, la respiración. Y, cuando exhales, dite amablemente: «Exhalo y sé que estoy exhalando».

La práctica budista se basa en la no violencia y en la no dualidad. No tienes que pelearte con tu respiración. No tienes que luchar con tu cuerpo, con tu odio ni con tu ira. Trata la inspiración y la exhalación con la misma amabilidad  y  ternura  con  la  que  tratarías  una  flor. Luego podrás tratar con el mismo cuidado, respeto, no violencia y ternura a tu cuerpo físico.

Y también puedes aprender a relacionarte del mismo modo con el dolor, con un ataque de ira o con un momento de irritación. No tienes que luchar con el dolor, la irritación ni los celos. Abrázalos, por el contrario, con la misma ternura con que acunarías a un bebé. Tu ira eres tú y no debes comportarte violentamente con ella. Y lo mismo podríamos decir con respecto a cualquier otra emoción.

Comienza, pues, con la respiración. Trata amablemente tu respiración. Sé amable con ella. Respétala y permítele ser tal cual es. Inspira, eso es todo. Si la inspiración es corta, permítetelo y, si es larga, permítetelo también. No intervengas ni fuerces tu inspiración ni tu exhalación pretendiendo que sea de tal o de cual otro modo. Mírala como si estuvieses contemplando   una   flor:   déjala   ser   tal   cual   es, consciente del milagro de estar presente. Trata la respiración con el mismo cuidado con el que tratas una flor y dejas que sea tal cual es. Del mismo modo en que no pretendes que la flor sea otra cosa, tampoco debes empeñarte en que la respiración sea de otra manera.

Pasa luego al cuerpo físico. Abraza, durante la práctica   de   la   meditación   sedente,   del   paseo meditativo y de la relajación total, tu cuerpo físico de un  modo tierno  y no  violento con la  energía de  la atención plena. Ésta es la práctica del amor verdadero hacia tu cuerpo.

No   conviertas       la     meditación      budista en    un enfrentamiento entre el bien y el mal. Ambos lados, el bien y el mal, te pertenecen. Se trata de cosas completamente orgánicas. El mal puede convertirse en bien y viceversa.

Cuando contemples con atención la frescura y la belleza de una flor descubrirás, en ella, el abono y te darás  cuenta  de  la  importancia  del  estiércol.  El jardinero sabe cómo transformar la basura en abono y conseguir, de ese modo, que la flor crezca.

Las flores y la basura son ambas de naturaleza orgánica. Así es como, contemplando profundamente la naturaleza de una flor, puedes llegar a advertir el estiércol y el abono que han contribuido a su formación. Luego la flor acaba convirtiéndose de nuevo en basura.

¡Pero no temas, porque tú eres un jardinero que tiene, en sus manos, el poder de convertir la basura en flores, frutos  y  vegetales! No  te  desentiendas de  nada  ni tengas miedo a la basura, porque tus manos son capaces   de   transformarla   en   flores,   lechugas   o pepinos.

Y  lo  mismo  podríamos  decir  con  respecto  a  la felicidad y la tristeza. La tristeza, el miedo y la depresión son una especie de basura, una basura que forma parte de la vida real y a la que debemos prestar mucha atención. Y, si nos ejercitamos adecuadamente, acabamos aprendiendo a convertir la basura en flores. No es sólo orgánico el amor, sino que también lo es el odio. No desperdicies, pues, nada. Lo único que tienes que  hacer  es  aprender a  transformar la  basura  en flores.

La  práctica  del  budismo  nos  permite  reconocer la naturaleza orgánica de todas las formaciones mentales, como   la   compasión,   el   amor,   la   tristeza   y   la desesperación. No debemos tenerles miedo, porque es posible transformarlas. Cuando comprendemos en profundidad la naturaleza orgánica de las formaciones mentales, nos convertimos en personas mucho más enteras, serenas y amables. Entonces sabemos que basta con una sonrisa y con una respiración atenta para empezar a transformar las cosas.

Reconoce, cuando te sientas irritado, deprimido o desesperado, la presencia de esas emociones y recita el siguiente mantra: «Querido, estoy aquí para ti». Habla con tu depresión y con tu ira como si estuvieses dirigiéndote a un niño. Abrázalas tiernamente, con la energía de la atención plena y repite, con la misma amabilidad con la que te dirigirías a un niño que estuviese llorando a tu lado: «Querido, sé que estás aquí y voy a cuidar de ti». No hay, en este punto, discriminación ni  dualismo alguno, porque  la  ira,  al igual que la compasión y el amor, también son tú. La ira, como el amor y la compasión, son de naturaleza orgánica, y como no temes a aquélla, tampoco debes temer a éstas. Siempre puedes transformarlas.

Déjame  repetir  lo  mismo  con  otras  palabras:  no emprendas,  durante  la  práctica  de  la  meditación budista, ninguna batalla entre el bien y el mal. El bien debe cuidar al mal como el hermano o la hermana mayor cuida de su hermano o hermana menor, con ternura   y   el   espíritu   de   la   no   dualidad.   Ese conocimiento proporciona  una  gran  paz  interior.  La comprensión de la no dualidad pone fin a la guerra civil que  se  ha  desatado  en  tu  interior.  Quizás,  en  el pasado,   hayas   luchado   y   quizás   todavía   sigas haciéndolo. Pero ¿es acaso eso necesario? ¡No! La lucha es inútil. Deja de una vez por todas de luchar. Trata tu respiración como si fuera un recién nacido. Inspira   y   deja   que   la   inspiración   discurra   con naturalidad.   Disfruta   sencillamente   del   hecho   de inspirar.   Inspira   dándote   cuenta   de   que   estás inspirando.  Y  exhala,  sonriendo,  mientras  te  das cuenta de que estás exhalando. Así es como puedes practicar. Esto te proporcionará mucha alegría y, si sigues   haciéndolo   durante   un   minuto,   acabarás dándote cuenta de que tu respiración ha cambiado. Después de practicar con atención durante un minuto la  respiración  atenta,  sin  discriminación  alguna,  la calidad de tu respiración mejora. Se hace naturalmente más lenta y más larga, y la amabilidad y armonía que genera    acaba    impregnando    tu    cuerpo    y    tus formaciones mentales.

Trata de respirar, cuando te sientas alegre, de este modo.   Trata,   por   ejemplo,   de   prestar   atención, mientras contemplas una puesta de sol o  estás en contacto   con   la   belleza   de   la   naturaleza,   a   la respiración. Establece un contacto profundo con la belleza que se despliega ante ti. Inspira… ¡qué felicidad!…, luego exhala… ¡qué hermosa es esta puesta del sol! Y sigue practicando así unos cuantos minutos.

Establecer contacto con la belleza de la naturaleza hace la vida mucho más hermosa, mucho más real y, cuanto más atento y concentrado contemples la puesta de sol, más profundamente se te revelará. Tu felicidad se multiplicará entonces por diez o por veinte. Cuanto más atentamente observes la hoja de una flor o escuches el canto de un pájaro, más profundamente conectarás con ellos. Y, al cabo de un minuto de esta simple práctica, te sentirás más alegre, tu respiración se profundizará y enlentecerá y esa amabilidad y profundidad  acabarán  impregnando  todo  tu  cuerpo. La respiración atenta es una especie de puente que conecta el cuerpo con la mente. Si, mediante la atención plena a la respiración, generas armonía, profundidad y calma, éstas acabarán impregnando tu cuerpo y tu mente. Todo lo que ocurre en la mente acaba, de hecho, afectando a tu cuerpo y viceversa. Si tu respiración genera tranquilidad, esa tranquilidad acaba impregnando tu cuerpo y el estado de tu mente. Esto es  algo que, si  has  practicado meditación, ya habrás descubierto. Si eres capaz de abrazar con ternura tu inspiración y tu exhalación, sabrás que ellas, a  su vez, abrazarán tu cuerpo y tu mente. La  paz resulta contagiosa. Y lo mismo sucede también con la felicidad, porque la meditación unifica los tres elementos del cuerpo, la mente y la respiración.

Respeta pues, cuando inspires, la inspiración. Enciende la lámpara de la atención plena e ilumina, con  ella,  tu  inspiración.  «Inspiro  y  sé  que  estoy inspirando.» Es así de sencillo. Cuando la inspiración sea corta, date cuenta simplemente de que es corta. Eso   es   todo.   No   es   necesario   juzgar.   Repite simplemente: «Mi  inspiración es  corta  y  sé  que  es corta». Y cuando tu respiración sea, por el contrario, larga, repite sencillamente: «Mi respiración es larga». No pretendas que sea más larga o más corta de lo que es. Déjala ser tal cual es.

Respeta tu inspiración, tu exhalación, tu cuerpo físico y tus formaciones mentales. La inspiración va hacia dentro y la espiración hacia fuera. Hacia dentro y hacia fuera. Se trata de un juego de niños, pero de un juego de niños que proporciona una gran felicidad. Y, mientras lo practiques, no experimentarás ninguna tensión. Y es que, cuando estás aquí, presente a la vida, la vida está también aquí presente para ti.

Así de simple.

Thay

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