La Gota de Miel

Se trataba  de un bondadoso y sabio anciano que nunca había deseado tener discípulos propiamente dichos, pero que era muy a menudo visitado por las gentes que deseaban sentirse tranquilas  en su presencia  y recibir sus enseñanzas. No le gustaba hablar en exceso y de vez en cuando  despegaba los labios para decir:

—¡Cuidado  con la gota de miel!

Ninguno  de los aspirantes  espirituales  estaba seguro de comprender tal advertencia,  pero  les bastaba con disfrutar  de su presencia  para  sentir  que avanzaban  por  el camino de la iluminación.

Fue transcurriendo el tiempo  y un día, al atardecer, tras  haber  meditado, uno  de los discípulos  que  quería saber realmente  a qué se refería el sabio con tal admonición, se digirió a él y le dijo:

—Venerable  maestro,  llevo meses oyendo  «cuidado con la gota de miel»; me gustaría saber qué quieres real- mente  significar  con ello y supongo  que también  a mis compañeros les placería.

Los otros  aspirantes  asintieron  con la cabeza, esperando  que el sabio se definiera.

Se hizo un silencio total. Después el sabio dijo:

—Habéis de saber, queridos  míos, que durante  años yo escuché lo mismo  de mi maestro  y al final también, como vosotros,  le pregunté.

Todos rieron  complacidos.  El anciano agregó:

—Prestad ahora atención a la historia que voy a relataros, y eso que sabéis que no me gusta hablar mucho.

Hizo una breve pausa y comenzó a narrar  la historia. Dijo:

—Había una vez un hombre  muy pobre  que decidió abandonar su país en busca de fortuna. Durante  días y días no dejó de caminar.  Un amanecer  se adentró  en un frondoso bosque.  Tras algunas horas  se dio cuenta  de que se había  perdido,  no sabía qué camino  tomar  para  salir de allí y temía que alguna alimaña le atacara;  además, sentía hambre  y sed, y su ansiedad  iba en aumento.  Tomó  un camino y después otro,  pero no hallaba la salida.

»De súbito  oyó un ruido  inquietante a su espalda  y ¡cuál no sería su desagradable  sorpresa cuando  vio que le seguía un furioso  elefante  que bien podría  aplastarle!  Y eso no hubo  de ser lo peor,  pues al intentar huir  se encontró  el paso cerrado  por un gran número  de demonios armados  hasta los dientes. El pobre  hombre  no sabía qué hacer;  despavorido, intentó  trepar  a un  árbol,  pero  el tronco  era tan grueso que le resultó  imposible.  La situación era desesperada. Al mirar en derredor distinguió  un pozo  a lo lejos, así que,  sin pensárselo  dos veces, corrió hacia él y saltó dentro. En su caída, y cuando ya creía que habría de morir, sus manos lograron  agarrarse a un matorral que crecía en las paredes del pozo.

»De repente,  oyó un ruido sibilante. Cuando  sus ojos se acostumbraron a la oscuridad,  distinguió  un nido  de serpientes  venenosas  que  vivían en el fondo  de aquel hoyo. Entre todas ellas destacaba una terrorífica pitón. Se aferró más y más a las ramas, ya que eran su único sostén; pero he aquí que de pronto descubrió  que se encontraba en la madriguera de dos grandes  ratas  de prominentes dientes. Una era negra y la otra  blanca. Ambas comenzaron a roer sin piedad los matorrales.

»Entre tanto, ¿qué había sido del elefante? Al llegar al árbol y no encontrar al hombre,  se enfureció y comenzó a golpear los árboles con su poderosa  trompa, de tal modo que desprendió una  colmena  y ésta fue a caer al pozo. Miles y miles de abejas se lanzaron  contra  el hombre  y comenzaron a picarle. Mas he aquí que una gota de miel cayó en la frente  del hombre  y se fue deslizando  por  su cara  hasta  alcanzar  sus labios  y penetrar en  su boca. Cuando  eso ocurrió,  el dulzor de la miel le embelesó de tal modo que se olvidó por completo  del elefante, los demonios, las ratas, las abejas, las serpientes y su apurada  situación. ¿En qué debía de estar pensando ese hombre?  Sólo en que otras gotas de miel llegasen a su boca. Por ese motivo no se defendió,  las ratas quebraron los matorrales, él se precipitó  al fondo del pozo y murió.

Los discípulos,  impresionados, apenas  se atrevían  a respirar.  Estaban realmente  sobrecogidos.  Uno de los aspirantes se decidió a hablar y preguntó:

—Pero ¿puede todo eso sucederle a un ser humano? El anciano dijo:

—Os explicaré la analogía como me la narraron a mí. La vida de los seres humanos no es fácil. El elefante implacable es la muerte.  El árbol es la liberación,  pero sólo los más fuertes y tenaces pueden  escalarlo, es decir, seguir la senda de la iluminación. El pozo representa la vida humana, en tanto  que los matorrales  son la duración  o extensión de la vida. ¿Qué representan las ratas? Los años que componen la vida: una veces blancos, es decir, agradables, y otras negros, esto es, desagradables,  pero ambos conducen al final. Las serpientes son las tendencias perniciosas y la pitón es la ignorancia.  Las picaduras de las abejas son las enfermedades y las gotas de miel son los placeres transitorios  que  encadenan  y confunden al ser humano. En resumen,  lo único  seguro  es el árbol  de la liberación. Debes aprender a trepar  por su tronco.  ¡Y cuidado,  amados míos, con la gota de miel!

Reflexión

Cuando  toda la atención  se fija en los objetos de placer y uno se obsesiona por ellos, desencadenando mucho aferramiento, pierde  de vista todo  lo demás,  incluso  la realización  de sí, el autoconocimiento y el impulso  de libertad  interior. Pero  no  es fácil liberarse  del apego  y mantener  más dominados los sentidos, aplicando  la ecuanimidad  y el entendimiento correcto  que impidan  que el néctar del disfrute se convierta en el veneno del apego. Ya leemos en un texto  antiguo  budista, el Majjhima Nikaya:

«Resulta difícil comprender el apaciguamiento de todo lo condicionado, la renunciación a toda sustancia contingente, la extinción  del deseo, el desapasionamiento, la cesación y la iluminación».

Ramiro A. Calle

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