LOS SACERDOTES

Había en Japón dos templos cuyos sacerdotes habían estado enemistados durante siglos. Tal era el enfrentamiento que si los dos sacerdotes se encontraban por la calle desviaban la mirada.

Los dos sacerdotes tenían a su cargo dos chicos que les servían y hacían los recados. Y temían que al ser unos niños pudieran hacerse amigos al encontrarse por la calle. De modo que uno de los sacerdotes le dijo a su discípulo:
– Recuerda, el otro templo es nuestro enemigo. No hables nunca con el chico del otro templo.
Son gente peligrosa. Nunca te fíes de ellos. Evítalos como se evitan las enfermedades.
¡Evítalos como si fuera la peste!.
Estas palabras despertaron el interés del chico… acostumbrado a grandes sermones… a escuchar extrañas escrituras cuyo lenguaje no era capaz de entender. No había nadie con quién jugar, ni siquiera con quién hablar. Al oír esta advertencia surgió la tentación. Aquel día se cruzó con el chico del otro templo y no pudo evitar hablarle y preguntar:
– ¿A dónde vas?
El otro chico asimilaba mejor las enseñanzas y a base de escuchar alta filosofía se había vuelto un poco filósofo. Así que respondió:
– ¿Ir? Nadie va y nadie viene. Es algo que ocurre. Voy donde el viento me lleve.
Había oído a su maestro decir muchas veces que así es como vive un Buda, como una hoja muerta que va donde el viento la lleve. Y así continuó:
– Yo no existo. Si no hay quien vaya, ¿cómo voy a ir? ¿de qué tonterías hablas? Soy una hoja muerta. Allá donde le viento me lleve…
El otro chico se quedó estupefacto. No pudo ni responder. Se sintió realmente avergonzado y pensó: “ Mi maestro tiene razón al no hablar con esta gente. Sí que son gente peligrosa y rara.
¿qué manera de responder es esa? Le he hecho una pregunta simple, de hecho yo sabía adónde iba, los dos vamos al mercado. Una respuesta simple habría bastado.” Al regresar le dijo a su maestro:
– Lo siento, perdóname. No te hice caso. Me lo habías prohibido. De hecho me sentí tentado a partir de tu prohibición. Es la primera y última vez que hablo con esa gente tan peligrosa. Le hice una pregunta muy simple, “¿ a dónde vas?” y él empezó a decir cosas raras: “No hay ir, no hay venir. ¿quién viene? ¿quién va? Soy un vacío total…una hoja muerta al viento… donde el viento me lleve…”
– ¡Te lo advertí! Mañana tienes que hablar con él. Espérale en el mismo sitio y pregúntale otra vez: ¿A dónde vas?, y cuando empiece a decir esas cosas, tú dile simplemente: “Es verdad, eres una hoja muerta, y yo también. Pero cuando el viento sopla…¿dónde vas? ¿adónde puedes ir entonces?”…dile eso y le avergonzarás. No sabrá que decir. Quedará derrotado.
Tiene que hacerlo. Esa gente nunca ha podido derrotarnos en ningún debate. Mañana haz lo que te digo.
El chico se levantó temprano. Estaba inquieto. No paraba de recrear en su mente cómo se desarrollaría la escena. Repetía una y otra vez su respuesta. “Es verdad, eres una hoja muerta…es verdad, eres una hoja muerta….” Llegó al lugar en el que esperaría al otro chico, se sentó a esperar y siguió repitiendo: “¿Adónde puedes ir entonces?…¿Adónde puedes ir entonces?”. Esta vez estaba preparado. Cuando vio venir al muchacho pensó: “ahora va a ver”.
– ¿A dónde vas?- le preguntó y esperó su oportunidad…
Y el otro chico respondió:
– A donde me lleven las piernas.
Ni una palabra sobre el viento. Ni una palabra sobre la nada. Ni sobre si existía o no…¿qué podía hacer ahora?. La respuesta que tan eficientemente había aprendido ahora resultaba absurda. Claramente no venía a cuento hablar del viento, ni de las hojas muertas. De nuevo quedó abatido. Se sentía verdaderamente avergonzado por su estupidez mientras pensaba:
“Desde luego este chico es bien raro…se sabe unas cosas muy extrañas…ahora va y me dice que dónde le lleven las piernas…”
Volvió con su maestro y el maestro le dijo:
– ¡Te había dicho que no hablaras con esa gente! Son peligrosos, lo sabemos desde hace siglos. Pero ahora hay que hacer algo. Mañana vuelve a preguntarle a dónde va, y cuando te diga: “A dónde me lleven mis piernas”, tú dile: “Y si no tuvieras piernas?. De un modo u otro hay que callarle la boca.
Y así, al día siguiente, el chico le preguntó al otro:
– ¿A dónde vas? – y aguardó la respuesta.
Y el otro chico dijo:
– Voy al mercado, a comprar verduras.

Moraleja: normalmente, la humanidad funciona basándose en el pasado…y la vida sigue cambiando. La vida no tiene ninguna obligación de ajustarse a nuestras conclusiones. Por eso la vida es tan desconcertante, sobre todo para las personas que tienen preparadas todas la respuestas. Pero la vida nunca plantea las mismas preguntas. Así que debemos intentar no actuar por medio del pasado.

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