Mancharse las Manos

Estaba leyendo una transcripción de una charla de Ponlop Rinpoche en la que decía: «En el proceso de destapar la naturaleza búdica, en el proceso de destapar la cualidad abierta, no sólida, de nuestra mente, tenemos que estar dispuestos a mancharnos las manos». En otras palabras, necesitamos estar dispuestos a trabajar con nuestras emociones más molestas, aquellas que nos parecen completamente oscuras. Todos nosotros tenemos experiencias emocionales que parecen sacadas de una película de terror, y, para experimentar el estado natural, hemos de estar también preparados para experimentarlas; en realidad, para experimentar nuestro ego, nuestro ego que se apega.

Esto puede parecer bastante perturbador y negativo, incluso enloquecedor. A la mayoría de nosotros, consciente o inconscientemente, nos encantaría que la meditación fuera una sesión muy tranquila en la que no tuviéramos que entrar en contacto con nada desagradable. En realidad muchas personas creen erróneamente que de eso trata la meditación, que su práctica lo abarca todo excepto lo que nos hace sentir mal. Y se supone que hay que etiquetar como «pensamiento» cualquier cosa que nos haga sentir mal y echarla a empujones. A la más mínima señal de pánico de que vas a experimentar algo desagradable, utilizas la etiqueta «pensamiento» como forma de reprimirlo y te apresuras a volver al objeto de meditación, con la esperanza de no regresar a ese incómodo lugar.

Sin embargo, Ponlop Rinpoche añadió algo realmente importante: si no tenemos una experiencia directa de nuestras emociones, nunca podremos tocar el corazón de la naturaleza búdica. Nunca podremos escuchar el mensaje del despertar. La única salida, por decirlo de algún modo, es pasar por ahí. Pero ¿qué significa la palabra «experimentar»? ¿Cómo podemos experimentar las emociones, todos esos sentimientos negativos, perturbadores y desconcertantes que normalmente evitamos? ¿Cómo nos manchamos las manos con todo ello?
Ponlop Rinpoche dijo: «Solo saboreando realmente tu experiencia de las emociones podrás llegar a saborear la iluminación». La naturaleza búdica y el estado natural no están únicamente hechos de emociones agradables; la naturaleza búdica lo abarca todo.

Ya sabes, es lo tranquilo y lo perturbado, lo agitado y lo sereno, lo dulce y lo amargo, lo cómodo y lo incómodo. Incluye abrirse a todo esto y se encuentra en medio de todo.

Dado que percibimos dualísticamente y pensamos en «blanco» y «negro», etiquetándolo todo como «bueno» o «malo», cuando surge una fuerte energía, nos cerramos.

Asociamos esa fuerte energía con diversos pensamientos –con recuerdos o con ideas del futuro– y ocurre algo indescriptible que denominamos «sentir una emoción». No obstante, una emoción es esencialmente pura energía, pero dada la percepción dualista, la identificamos como «yo», y se queda encerrada. La energía se congela. En una ocasión mi maestro Trungpa Rinpoche dijo: «Las emociones están compuestas de energía que se puede comparar con el agua, y de un proceso de pensamiento dualista que se puede comparar con el pigmento o la pintura. Cuando la energía y el pensamiento se mezclan, se convierten en emociones brillantes y coloridas. El concepto le da a la energía una localización particular, una sensación de relación que hace a las emociones brillantes y fuertes. La razón fundamental por la que las emociones son incómodas, dolorosas y frustrantes es porque nuestra relación con ellas no es muy clara».

Lo que quiero explicar con esto es que la energía por sí misma no constituye un problema. Siempre asociamos nuestras emociones con los pensamientos sobre nosotros mismos o sobre otra persona, como cuando tenemos miedo de algo, estamos enfadados con alguien, nos sentimos solos o avergonzados o albergamos deseos libidinosos.

Nuestras emociones conllevan una gran carga de conversación mental; y, según me ha enseñado mi experiencia, con frecuencia es difícil distinguir entre el pensamiento y la emoción. En cualquier sesión de meditación, en cualquier media hora de nuestras vidas, hay un montón de pensamientos que vienen y van. Pero no necesitamos esforzarnos demasiado por clasificarlos. No precisamos darle demasiada importancia a lo que surge, y tampoco tenemos que identificarnos tanto con nuestras emociones. Lo único que tenemos que hacer es permitirnos experimentar la energía, y cuando llegue el momento pasará a través de ti. Lo hará. Pero tenemos que experimentar la emoción, no limitarnos a pensar en ella. Es lo mismo que he estado diciendo de la respiración: experimentar cómo entra y sale el aire, tratar de encontrar una manera de inspirar y espirar sin pensar en la respiración, conceptualizarla o contemplarla.

Con frecuencia describo esto como tener una «sensación sentida» de nuestras emociones. Puede que este término no sea el adecuado para ti. Por ejemplo, puedes tener una experiencia de pánico. Es probable que desarrolles en tu mente pensamientos acerca de ello, pero si hay algún modo de que a través de la meditación puedas, aunque sea solo por un momento, interrumpir la conversación mental, en ese caso puedes tener una experiencia real de pánico, una experiencia no verbal. Puedes permitirte a ti mismo ser consciente físicamente del pánico. Sentirlo, notar cómo te atrapa y te aprieta. Y tal vez sea algo incluso más profundo, una manifestación física del pánico, como cosquilleo, calor, frío o una punzada en el pecho.

Una de mis primeras experiencias de sentir realmente una emoción fue muy interesante. Estaba atravesando un período de mucha angustia que no era capaz de superar. Esto ocurre frecuentemente. La persona que me estaba provocando esa emoción no se iba de mi vida. De hecho, ambas vivíamos en la misma abadía, en habitaciones muy cercanas, y estaba haciendo que surgieran en mí antiguos recuerdos y condicionamientos. Es lo que sucede con frecuencia con las emociones intensas.

Tenemos muchas de ellas encerradas en nuestro interior. Puede ser bastante irracional.
Es como si fuéramos perros que al oír cierto sonido se asustaran. Vemos una determinada expresión facial, o alguien nos trata de determinada manera, o percibimos un determinado tono de voz de alguien que nos recuerde algo, y de repente, sin venir a cuento, surge todo este sentimiento sentido quizás de terror, de miedo o de profunda tristeza. Normalmente ni siquiera somos conscientes de ello. Reaccionamos como siempre lo hemos hecho. Para mí en este caso concreto lo que estaba surgiendo era un sentimiento de impotencia, porque aquella mujer me despreciaba profundamente, pero no me lo decía y debido a ello me provocaba esos sentimientos de impotencia, de ser incapaz de controlarlo, de no lograr que todo se arreglara. No pude conseguir gustarle, ni que habláramos sobre el tema.

Era imposible que mis estrategias normales funcionaran, de modo que estaba desnuda con ese pavor recurrente, encontrándomela constantemente por las salas.

Cuando pasaba a mi lado fríamente, ¡ay!, hacía que surgieran siglos de condicionamiento y de heridas sentidas. Pero pensé: «Esta es mi gran oportunidad. Quizás si realmente me enfrento a esto, no tendré que soportar que vuelva a surgir en esta vida y quizás tampoco en la otra». De modo que una noche llegué a la sala de meditación y me senté allí durante toda la noche, porque estaba sufriendo mucho y no sabía qué hacer. Y prácticamente no pensé debido precisamente a ese sufrimiento.

A veces el dolor paraliza completamente el pensamiento; solo estás sentado en el dolor y es como si te hubieras quedado mudo a todos los niveles. Entonces empecé a experimentar qué era lo que me estaba ocurriendo con ella. Y tuve un recuerdo corporal de ser muy pequeña, y no fue una experiencia traumática ni nada de eso. Solo me di cuenta –a nivel celular– de que toda la estructura del ego, toda mi personalidad, estaba diseñada para no ir nunca a ese lugar en el que experimentaba esa sensación concreta.

Comencé a tener una profunda sensación de incompetencia, como si yo no valiera para nada. Y me di cuenta de que lo que estaba experimentando era la muerte del ego.

Completamente. Desde esa experiencia sentida me empecé a dar cuenta del poder que tienen las palabras, los pensamientos y nuestras emociones para desviarnos del camino.

Nuestra estrategia siempre consiste en apartarnos de la experiencia sentida. De modo que ya sea una emoción enorme, como era esta –un tipo de dolor central en nuestra estructura del ego–, una emoción fuerte o solo una suave, quedamos atrapados y envueltos fácilmente en la historia y en los pensamientos que rodean a la emoción. Y desde allí, las emociones se intensifican y nos esclavizan.

Tienes que mancharte con las emociones. La meditación nos permite sentirlas, vivirlas, saborearlas completamente. Nos ofrece un gran enfoque de por qué hacemos lo que hacemos, por qué los demás hacen lo que hacen. Y de esto, nace la compasión.

También permite que comience a abrirse la puerta a la naturaleza búdica y a la espaciosidad completa y abierta que se da cuando no bloqueamos nuestros sentimientos.

Una vez que fui capaz de permitirme tener una sensación sentida de mis emociones, fue completamente liberador.

Tal como decía Ponlop Rinpoche: «Hasta que empiezas a relacionarte realmente con las cosas desfavorables o desagradables como parte de la meditación, aunque no lo son todo, hasta que empiezas a trabajar con ellas, no tienes las condiciones necesarias para transitar por un camino de despertar».

Pema Chödröm

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