Mírate a ti Mismo

Era un discípulo  que a menudo  cedía a la tentación  de hablar y criticar a los otros.  Acudió a ver a un maestro y le dijo:

—En estos días que corren,  mucho te agradecería  que me dieras alguna instrucción  mística.

El maestro repuso:

—Poco  tengo  que  enseñarte,  pero  te aconsejo  que antes de hablar de otro,  te mires a ti mismo. Y si quieres ver al diablo, contempla  tu propio  ego.

Reflexión

Al descalificar a los otros, nos descalificamos a nosotros mismos; al herir a los demás, a nosotros  mismos nos herimos.¿Acaso no formamos todos parte de la gran familia de los seres sintientes? Estamos prestos a injuriar, difamar y calumniar, pero antes de hacerlo, deberíamos  mirarnos a nosotros  mismos y ser más reflexivos.  La palabra pronunciada nos hace su cautivo;  mientras  no  ha sido dicha, no lo somos, pero del mismo modo que nadie puede recuperar la flecha disparada,  no es posible recobrar  la palabra pronunciada. Hay que permanecer más vigilantes a los pensamientos, las palabras  y los actos,  y ser más reflexivos para no herir a los demás, del mismo modo que nosotros  no queremos  ser heridos.  El descuido,  la negligencia y la falta de atención  inducen a muchas personas a descalificar sistemáticamente a los demás, no por perversidad consciente o malevolencia, sino por hábito negativo o inconsciente  maledicencia,  si bien es cierto que hay personas aviesas que utilizan la lengua como  una daga para sembrar  discordia,  arruinar vidas con  sus calumnias  y dañar  intencionadamente. Hay que aprender a controlar la palabra  y también  a guardar  el noble  silencio.  El ego incontrolado se impone a las palabras y gusta de enredar, aunque  pueda  causar daños irreparables. Antes de hablar habría siempre que hacer una minúscula pausa para reflexionar.  Buda le aconsejaba a su hijito Rahula que lo hiciese siempre antes de hablar  o actuar.  En un antiguo  texto budista, el Samyutta Nikaya, podemos  leer: «En la lengua del ser humano  hay una cuchilla con la que los necios se hieren cuando profieren  palabras malignas». Y también en este mismo texto leemos: «Sí, lo hueco resuena y lo pleno es apacible; el necio es una olla a medio llenar y el sabio es un lago».

Hay  que  evitar  las palabras  groseras,  sarcásticas, malevolentes,  que siembran  discordia  y hieren;  hay que proferir  palabras  amables,  consoladoras y estimulantes, veraces  y precisas,  que  traen  concordia  y engendran armonía  y amistad.

Ramiro A. Calle

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