Reconciliarnos con nosotros mismos

Una pareja que estaba a punto de casarse en Plum Village vino a mí y me preguntó:
«Quedan solamente veinticuatro horas para la boda. ¿Cómo podemos prepararnos antes para que nuestro matrimonio sea un éxito?». Contesté: «Lo más importante es que miréis profundamente en vosotros mismos para ver si todavía hay algún obstáculo en vosotros.

¿Hay, en este momento, alguien con quien no os hayáis reconciliado? ¿Algo con lo que no os hayáis reconciliado?». La reconciliación no siempre tiene por objeto a otra persona, sino que es la reconciliación con uno mismo. Hay muchos conflictos en nosotros y tenemos que sentarnos para armonizarnos con ellos. Tenemos que practicar la meditación profunda, caminando o sentados, para comprender y ver muy claramente la situación y lo que se tiene que hacer.

Practicamos la meditación caminando o sentados, guisamos, fregamos los platos, y todas esas actividades sirven para que observemos en profundidad y veamos lo que hay que hacer para comenzar de nuevo. Resultó que había muchas cosas que la pareja tenía que hacer antes de la boda, y solo les quedaban veinticuatro horas. Había un amigo con el que tenían que reconciliarse muy rápidamente. ¿Cómo podían enviarle una carta en
veinticuatro horas? Basta con que la reconciliación se haga interiormente, porque el resultado, el efecto de esa reconciliación se dejará notar en todo más adelante.

Aunque la persona con la que nos queramos reconciliar esté muy lejos, aunque se niegue a coger el teléfono o a abrir una carta, aunque haya fallecido, todavía es posible la reconciliación. Esa persona puede ser nuestro padre, nuestra madre, nuestra hermana, nuestra hija o nuestro hijo. Esa persona puede estar todavía viva o haber fallecido ya.

Pero la reconciliación sigue siendo posible, pues se trata de trabajarla primero en nosotros mismos de manera que pueda restablecerse la paz. Sabemos que existe la posibilidad de volver a empezar, de volver a hacerlo todo de nuevo. Nuestra madre puede haber muerto. Pero si miramos en profundidad, vemos que está todavía viva en nosotros. No podemos ser sin nuestra madre. Aunque la odiemos, aunque estemos enfadados con ella, aunque no queramos pensar en ella, ella sigue estando en nosotros. Y aún más, ella es nosotros. Y nosotros somos ella. Somos la hija o el hijo de nuestra madre. Somos la prolongación de nuestra madre. Somos nuestra madre, nos guste o no.

La reconciliación se gesta en el interior de uno mismo. Reconciliarse con la madre, el padre, el hijo, la hija o la pareja significa reconciliarse con uno mismo.

A veces lamentamos no haber dicho las cosas apropiadas a algún familiar antes de que muriera. Lamentamos no haber sido amables con esa persona en vida. Ahora podemos pensar que es demasiado tarde. Pero no tenemos que sentir ese tipo de pesar.

Esa persona sigue estando en nosotros, y nosotros podemos comenzar de nuevo. Le sonreiremos y le diremos las cosas que debiéramos haber dicho y que no tuvimos la oportunidad de decir. Dilo justo ahora y lo oirá. A veces no tenemos que decir nada. Nos limitaremos a vivir con el espíritu que hemos encontrado en la práctica de comenzar de nuevo, y esa persona lo sabrá.

A un veterano estadounidense que había matado a cinco niños en Vietnam le dije:
«No tienes que seguir sufriendo a causa de los cinco niños que mataste. Si sabes cómo vivir tu vida, cómo salvar a los niños del presente y del futuro, esos cinco niños te comprenderán, te sonreirán y te apoyarán en tu sendero de práctica». No hay ninguna razón por la que debamos quedar atrapados en nuestro complejo de culpa. Todo es posible. El pasado no se ha ido. El pasado está todavía disponible en la forma del presente. Si sabemos cómo conectar en profundidad con el presente, conectaremos con el pasado e incluso podremos cambiarlo. Esa es la enseñanza de Buda. Si hemos dicho algo desagradable a nuestra abuela que ya murió, podemos empezar de nuevo. Nos sentaremos, practicaremos la inspiración y la espiración conscientes, y le pediremos a nuestra abuela que esté allí, en nosotros. Le sonreiremos y diremos: «Abuela, lo siento. No volveré a decir algo así». Y veremos sonreír a nuestra abuela. Esa práctica nos traerá paz, nos renovará y llevará un montón de alegría y felicidad a quienes nos rodean y a las generaciones futuras.

Thay

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