Satisfacción interior

Una. tarde, al cruzar el aparcamiento del hotel para reunirme con el Dalai Lama, me detuve para admirar un Toyota Land Cruiser totalmente nuevo, el tipo de coche que deseaba tener desde hacía mucho tiempo. Al empezar la sesión poco más tarde, sin dejar de pensar en el coche, le pregunté al Dalai Lama:
. -A veces parece como si toda nuestra cultura, la cultura occidental, se basara en la compra; nos hallamos rodeados, bombardeados por anuncios referidos a los objetos que deberíamos comprar, el último modelo de coche, etcétera.
Resulta difícil no dejarse influir por eso. Hay muchas cosas que deseamos. Eso no parece detenerse nunca. ¿Puede
hablarme un poco sobre el deseo?
-Creo que hay dos clases de deseo -contestó el Dalai Lama Ciertos deseos son positivos. El deseo de felicidad, por ejemplo, es algo absolutamente correcto. El deseo de paz, de vivir en un mundo más armonioso, más acogedor.
Ciertos deseos son muy útiles.
Pero se llega a un punto en que los deseos pueden ser insensatos. Eso suele producir problemas. Ahora, por ejemplo, voy a veces al supermercado. Realmente, me encanta ir al supermercado, porque hay muchas cosas hermosas. Así que cuando miro todos esos artículos se despierta en mí el deseo y me digo: «.Quiero esto, quiero aquello». Y es entonces cuando surge un segundo impulso y me pregunto: “Pero ¿lo necesito realmente?».
Habitualmente, la respuesta es negativa. Si uno se deja llevar por el primer deseo, por ese impulso inicial, los bolsillos no tardan en quedar vacíos. No obstante, el otro ,nivel de deseo, basado en las necesidades esenciales de alimento, vestido y cobijo, es razonable.
A veces, que un deseo sea excesivo, negativo, depende de las circunstancias o de la sociedad en la que se vive. Por ejemplo, si vives en una sociedad próspera, donde necesitas un coche para desenvolverte en tu vida cotidiana, es evidente que no hay nada erróneo en desearlo. Pero si vivieras en un pueblo pobre de la India, donde te las puedes arreglar bastante bien sin coche, desearlo podría ocasionarte problemas, aunque tuvieras dinero para comprarlo.
Puede crear un sentimiento de incomodidad entre tus vecinos, etcétera. Si vives en una sociedad más próspera y tienes un coche pero sigues deseando otros más caros, llegarás a tener la misma clase de problemas.
-Pero -argumenté- no comprendo por qué desear o comprar un coche más caro puede producirle problemas al individuo, siempre y cuando se lo pueda permitir. Tener un coche más caro que los vecinos puede ser un problema para ellos si se sienten celosos, pero , al poseedor le proporcionará una sensación de satisfacción y gozo.
El Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza y replicó con firmeza:
-No… La satisfacción, por sí sola, no puede determinar si un deseo o acción es positivo o negativo. Un asesino puede experimentar una sensación de satisfacción en el momento de cometer el asesinato, pero eso no justifica su acto.
Todas las acciones no virtuosas, como mentir, robar, cometer adulterio, etcétera, son realizadas por personas que en ese momento pueden experimentar satisfacción. La frontera entre lo negativo y lo positivo de un deseo o acción no viene determinada por la satisfacción inmediata, sino por los resultados finales, por las consecuencias positivas o negativas. En el caso de desear posesiones más caras, por ejemplo, si eso se basa en una actitud mental que sólo desea más y más, llegarás finalmente al límite de lo que puedes tener, te encontrarás con la realidad. Y una vez que llegues a ese límite te hundirás en la depresión. Ese es uno de los peligros inherentes a semejantes deseos.
»Así pues, creo que estos deseos excesivos conducen a la avaricia, basada en expectativas desmesuradas. Y al reflexionar sobre los excesos de la avaricia, descubrirás que conduce al individuo a la frustración y la desilusión, que le acarrea confusión y numerosos problemas. Cuando se habla de la avaricia, una cosa bastante característica de ella es que, aunque se llega por el deseo de obtener algo, no quedas satisfecho al obtenerlo. En consecuencia, se transforma en algo ilimitado y sin fondo, por lo que proliferan las dificultades. Lo irónico de la avaricia es que aun cuando la motivación fundamental es la búsqueda de la satisfacción, no te sientes satisfecho ni siquiera después de conseguir el objeto de tu deseo. El verdadero antídoto de la avaricia es el contento. Si vives contento, la consecución de bienes pierde importancia.

¿Cómo podemos alcanzar, por tanto, satisfacción interior? Hay dos métodos. Uno de ellos consiste en obtener todo aquello que deseamos y queremos, el dinero, las casas, los coches, la pareja y el cuerpo perfectos. El Dalai Lama ya había señalado la desventaja de este enfoque; si no controlamos nuestros deseos, tarde o temprano nos encontraremos con algo que deseamos pero no podemos tener. El segundo método, mucho más fiable, consiste en querer y apreciar lo que tenemos. La otra noche veía en la televisión una entrevista con Christopher Reeve, el actor que en 1994 sufrió una caída de caballo que le produjo una lesión en la espina dorsal y lo dejó paralítico de la cintura para abajo, lo que le exige incluso utilizar un método mecánico para respirar. Al preguntársele cómo afrontó la depresión provocada por su discapacidad, Reeve reveló que había pasado por un breve período de completa desesperación, mientras se hallaba en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Sin embargo, esa desesperación se disipó con relativa rapidez, y ahora se considera sinceramente «un tipo afortunado». Habló de la fortuna que suponía para él tener una esposa y unos hijos cariñosos, y también agradeció los rápidos progresos de la medicina moderna (que, en su opinión, encontrará una cura para las lesiones de la espina dorsal dentro de la próxima década); afirmó que si hubiese sufrido el accidente unos pocos años antes, probablemente habría muerto como consecuencia de sus heridas. Mientras describía el proceso de adaptación a la parálisis, Reeve dijo que a pesar de que su desesperación desapareció con bastante rapidez, al principio se sintió preocupado por accesos intermitentes de celos ante comentarios tan inocentes como «Subo corriendo a la habitación a recoger algo». Al aprender a afrontar estos sentimientos «me di cuenta de que la única actitud válida en la vida es apoyarte en tus recursos, ver qué es lo que puedes hacer aún; en mi caso, afortunadamente, no había sufrido ningún daño cerebral, de modo que aún podía utilizar mi mente». Al dar valor a sus aptitudes, Reeve ha decidido utilizar su mente para educar al público acerca de los daños de la médula espinal y ayudar a los demás; además proyecta escribir y dirigir películas.

Dalai Lama

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