Sin huellas

Cuando hacemos algo, debemos consumirnos por completo, como una hoguera bien encendida, sin dejar huellas de nosotros mismos.

Cuando se practica el zazén, la mente está en calma y libre de complicaciones. Por lo común, nuestra mente se complica y está muy atareada y por eso resulta difícil concentrarse en lo que se está haciendo. Esto se debe a que antes de actuar uno piensa; y este pensar deja huellas. La actividad se ensombrece con alguna idea preconcebida. El pensar no sólo deja huellas  o  sombras,  sino  que  también  nos  sugiere  muchas  otras  ideas  acerca  de  otras actividades y cosas. Estas huellas e ideas tienden a complicar mucho a la mente. Cuando se hace algo con la mente limpia y clara por completo, no surgen ideas ni sombras y su actividad es sólida y franca. Pero cuando se hace algo con la mente complicada por otra cosa u otra persona o sociedad, la actividad se torna muy compleja.

La mayoría de las personas tienen ideas dobles o triples en una actividad cualquiera. Según el dicho, eso es «cazar dos pájaros de un tiro». Y eso es lo que, por lo general, trata de hacer la gente. Como se quieren cazar demasiados pájaros, resulta difícil concentrarse en la actividad, y lo probable es que se acabe por no cazar ni pájaros ni nada. Ese modo de pensar siempre  deja  sombras  en  la  actividad  de  esas  personas.  En  realidad,  la  sombra  no  la constituye el pensar mismo. Desde ya, a menudo es necesario pensar o prepararse antes de actuar. Pero el pensar correcto no deja nunca sombra alguna. El pensar que deja huellas proviene de una mente relativa y confusa. La mente relativa es aquella que se establece en relación con otras cosas y de este modo se limita a sí misma. Esta mente pequeña es la que crea ideas de provecho y deja sus huellas.

Cuando uno deja en la actividad huellas del pensar, tiende a apegarse a esas huellas. Por ejemplo, tal vez se diga: «Esto es lo que he hecho yo». Pero, en realidad, no es así. Al recordar es posible que uno se diga: «Hice tal o cual cosa de cierta manera», pero en realidad eso nunca es exactamente lo sucedido. Al pensar de este modo uno limita la verdadera experiencia de lo hecho. Así, pues, cuando uno se apega a la idea de lo hecho acaba por verse envuelto en ideas egoístas.

A  menudo  se  piensa  que  lo  hecho  está  bien,  pero  quizás  no  sea  así.  Cuando envejecemos, frecuentemente solemos estar orgullosos de lo que hemos hecho. Cuando otros escuchan a alguien que relata con orgullo algo que ha hecho, suelen sentirse cohibidos porque saben que esos recuerdos son subjetivos. Saben que lo que esa persona les ha contado no es exactamente lo que hizo. Es más, cuando se está tan orgulloso de lo hecho, ese orgullo suele crear ciertos problemas. Con tales repeticiones de los recuerdos, la personalidad va deformándose paulatinamente hasta generar a un tipo bastante desagradable y testarudo.

Éste es un ejemplo de lo que ocurre al dejar una huella del pensar. Desde ya, no hay que olvidarse de lo hecho, pero el recuerdo no debe dejar huellas sobrantes. Dejar huella no es lo mismo que recordar algo. Es necesario recordar lo que uno ha hecho, pero no conviene apegarse a lo hecho en ningún sentido esencial. Eso que llamamos «apego» no es más que las huellas que nos dejan el pensamiento y la actividad.

Para no dejar ninguna huella, cuando se hace algo, hay que hacerlo con todo el cuerpo y toda la mente. Hay que concentrarse en lo que se hace. Hay que realizarlo por completo, como una hoguera bien encendida. La hoguera no debe disiparse en humo. La persona ha de arder por completo. Cuando uno no se quema por completo, queda siempre la huella de lo hecho. Quedan restos que no se han consumido. La actividad del Zen es la que queda consumida por completo, sin nada restante, excepto las cenizas. Éste es el objeto de nuestra práctica. Esto es lo que Dogen quiso decir: «Las cenizas no vuelven a convertirse en leña». La ceniza es ceniza. La ceniza ha de ser nada más que ceniza. La leña ha de ser leña. Ésta es la clase de actividad que cuando se desarrolla lo abarca todo.

Por eso, la práctica no es cuestión de una o dos horas, de un día o de un año. Cuando se practica el zazén con todo el cuerpo y toda la mente, aunque no sea nada más que por un momento, eso es zazén. Hay que dedicarse constantemente a la práctica.

Después de haber hecho algo no han de retenerse sobrantes. Mas esto no quiere decir que uno tenga que olvidarse completamente. Cuando se comprende este punto, todo pensar dualista y todos los problemas de la vida desaparecen.

Al practicar el Zen, uno se identifica con el Zen. No hay yo y no hay zazén por separado. Cuando se inclina en reverencia, no hay Buda y no hay uno mismo. Lo que tiene lugar es una reverencia completa, eso es todo. Esto es nirvana. Cuando Buda trasmitió nuestra práctica a Maha  Kashyapa,  simplemente  escogió  una  flor  con  una  sonrisa.  Sólo  Maha  Kashyapa comprendió lo que Buda estaba diciéndole. Nadie más lo comprendió. No sabemos si éste es o no un acontecimiento histórico, pero significa algo. Es una indicación de nuestro camino adicional. La verdadera actividad es aquella que todo lo abarca. El secreto de esta actividad se transmite de Buda a nosotros. Ésta es la práctica del Zen y no cierta enseñanza impartida por Buda o ciertas reglas para la vida establecidas por él. Las enseñanzas y las reglas han de cambiarse de acuerdo con el lugar y con la gente que ha de cumplirlas, pero el secreto de la práctica no puede cambiarse. Es siempre correcto.

Por eso, para nosotros no hay otra forma de vivir en este mundo. Tengo esto por muy cierto y es fácil de aceptar, fácil de comprender, fácil de practicar. Si se compara el género de vida basado en esta práctica con lo que está sucediendo en el mundo o con la conciencia humana, se descubrirá cabalmente lo valiosa que es la verdad que Buda nos legó. Es algo muy simple y la práctica es también muy simple. Pero así y todo, no debemos darla por sentado; hay que aquilatar su gran valor. Por lo general, cuando encuentra uno algo tan simple, dice: «Oh, ya lo sé; es muy simple. Todo el mundo lo sabe». Pero si no nos damos cuenta de su valor, no significa nada. Es lo mismo que no saber. Cuanto más se comprenda la cultura, tanto más se comprenderá lo verdadera y lo necesaria que es esta enseñanza. En lugar de limitarse a criticar su propia cultura, el lector debe consagrar la mente y el cuerpo a seguir este simple camino. Así, la cultura y la sociedad progresarán a través de él. Quizás esté bien que la gente demasiado apegada a su cultura adopte una actitud crítica. Esta actitud crítica quizás sea una prueba de que están volviendo a la verdad simple que nos legó Buda. Pero nuestro enfoque ha de limitarse a concentrarnos en una práctica básica y simple y en una comprensión de la vida básica  y  simple  también.  No  deben  quedar  huellas  de  nuestra  actividad.  No  debemos apegarnos a ciertas ideas fantasiosas o a ciertas cosas bellas. No debemos buscar algo bueno. La verdad está siempre a la mano, a nuestro alcance.

 

Mente Zen,Mente dPrincipiante

Shunryu  Suzuki

 

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