Descubre tu capacidad de alegrarte

Dejad que la flor de la compasión florezca en el rico suelo de la maitri, y regadla
con la buena agua de la ecuanimidad en la fresca y renovadora sombra de la
alegría.
—Longchenpa

A medida que hacemos las prácticas de la bodhicitta, vamos sintiendo poco a poco más alegría, la
alegría del creciente aprecio que experimentamos por nuestra bondad básica. Seguimos teniendo
fuertes emociones conflictivas, experimentando la ilusión de estar separados de todo lo demás, pero
aparece una fundamental apertura en la que empezamos a confiar. Esta confianza en nuestra naturaleza
fresca e imparcial nos proporciona una alegría ilimitada, una felicidad totalmente exenta de apego y de
intensos deseos. Se trata de la alegría de una felicidad carente de resacas.

¿Cómo podemos cultivar las condiciones necesarias para que la alegría aumente? Aprendiendo a
estar presentes. Al sentarnos a meditar, aprendemos a ser conscientes y a cultivar la maitri siendo firmes
con nuestro cuerpo, emociones y pensamientos. Seguimos con nuestra parcelita de tierra y confiamos
en poder cultivarla y en que este cultivo alcanzará su pleno potencial. Aunque nuestra parcela esté seca
y llena de rocas, empezamos a ararla con la paciencia. Dejamos que el proceso evolucione de manera
natural.

Al principio, la alegría sólo procede de sentir que podemos trabajar nuestra propia situación. Dejamos
de buscar otro lugar más adecuado para vivir, porque descubrimos que la continua búsqueda de algo
mejor no funciona, lo cual no significa que de pronto broten flores donde antes no había más que
pedruscos, sino que confiamos en que crecerá algo allí.

A medida que cultivamos nuestro jardín, las condiciones se van volviendo más adecuadas para que
crezca la bodhicitta. La alegría procede de no renunciar a nosotros mismos, de seguir junto a nosotros
mismos y empezar a experimentar nuestro gran espíritu de guerrero. También establecemos las
condiciones para que nuestra alegría aumente al hacer las prácticas del corazón y, en particular, al
aprender a alegrarnos y a mostrarnos agradecidos. Al igual que en el caso de las otras cualidades
ilimitadas, cultivamos la cualidad de la alegría como una práctica de la aspiración en siete etapas.
Una aspiración tradicional para despertar el aprecio y la alegría es la siguiente: «Que yo y los demás
nunca nos separemos de la gran felicidad vacía de sufrimiento», lo cual se refiere a permanecer siempre
en la naturaleza totalmente abierta e imparcial de nuestra mente, en conectar con la fuerza interior de
la bondad básica. Sin embargo, para iniciar esta práctica, empezamos apreciando los ejemplos más
comunes de buena suerte, como son gozar de salud, ser inteligente y vivir en un entorno idóneo, que
son las condiciones afortunadas de un precioso nacimiento humano. Para el despertar del guerrero, lo
mejor es vivir en una época en la que es posible oír y practicar las enseñanzas de la bodhicitta. Y si
además tenemos un amigo espiritual que nos guíe —un guerrero más avezado— seremos doblemente
afortunados.

Podemos practicar el primer paso de la aspiración aprendiendo a alegrarnos por nuestra buena
suerte, incluso por las pequeñas bendiciones que la vida nos ofrezca. Es fácil no darnos cuenta de la
buena suerte que tenemos; a menudo la felicidad llega de formas que ni siquiera notamos. Es como la
viñeta que vi de un hombre con una expresión de sorpresa exclamando: «¿Qué fue eso?». La leyenda
decía: «Bob experimenta un momento de bienestar». Lo corriente de nuestra buena suerte hace que
difícilmente nos percatemos de ella.

La clave reside en estar aquí, plenamente conectados con el momento presente, prestando atención
a los detalles de la vida cotidiana. Al cuidar de las cosas corrientes —de nuestras ollas y sartenes, de
nuestra ropa y nuestros dientes— nos alegramos de ellas. Cuando limpiamos alguna verdura o nos
cepillamos el pelo, estamos expresando nuestro aprecio, la amistad que sentimos por nosotros mismos
y por la viva cualidad que hay en todo. Esta combinación de consciencia y aprecio nos conecta
plenamente con la realidad y nos produce alegría. Y cuando incluimos con nuestra atención y aprecio al
entorno y a los demás, experimentamos más alegría aún.

En la tradición zen se enseña a los estudiantes a inclinarse tanto ante los demás como ante los objetos
corrientes como muestra de respeto. Se les enseña a cuidar igual de bien de las escobas y del cuarto de
baño como de las plantas para mostrar su gratitud hacia esos objetos. Ver a Trungpa Rimpoché una
mañana poner la mesa para desayunar fue como contemplar a alguien haciendo un arreglo floral o
creando un decorado. Puso tanto cuidado y placer en arreglar cada detalle, en colocar los manteles
individuales y las servilletas, los tenedores, los cuchillos y las cucharas, los platos y las tazas de café, ¡que
tardó varias horas en poner la mesa! Desde entonces, aunque sólo tenga algunos minutos, valoro el
ritual de poner la mesa como una oportunidad para estar presente y alegrarme.

Alegrarse de las pequeñas cosas no es ser sentimental o poco original, en realidad requiere ser
intrépido. Cada vez que dejamos de quejarnos y permitimos que la buena suerte de la vida cotidiana nos
inspire, entramos en el mundo del guerrero. Podemos hacerlo incluso en los momentos más difíciles.
Todo cuanto vemos, oímos, saboreamos y olemos tiene el poder de fortalecernos e inspirarnos. Como
Longchenpa dice, la cualidad de la alegría es como encontrar una sombra fresca y renovadora.
La segunda etapa en la práctica de aprender a alegrarse es pensar en un ser querido y apreciar su
buena suerte. Empezamos con alguien con el que nos sintamos bien. Podemos imaginar el rostro del ser
amado o decir su nombre si esto nos ayuda a que la práctica sea más real. Después, expresándolo con
nuestras propias palabras, nos alegramos de que esa persona que estaba enferma esté ahora sana y
alegre, de que aquel niño que se sentía solo haya encontrado a un amigo. Se nos anima a hacerlo con
sencillez, porque lo importante es descubrir nuestra capacidad espontánea y natural de alegrarnos por
otro ser, aunque nos dé la sensación de que sea inquebrantable o pasajera.

En las siguientes tres etapas de la práctica, a medida que practicamos con personas menos queridas,
descubrimos que nuestra capacidad de apreciar su buena suerte y de alegrarnos por ellas suele estar
bloqueada por la envidia o por otras emociones. Éste es un importante momento del aprendizaje del
bodhisattva, ya que nuestra práctica consiste tanto en ser conscientes de nuestro bondadoso corazón y
en alimentarlo, como en observar de cerca las raíces del sufrimiento y ver cómo cerramos nuestro
corazón con emociones como la envidia. Yo pienso que la práctica de alegrarse es una herramienta muy
especial y poderosa para ello.

¿Qué ocurre cuando hacemos el gesto de alegrarnos por la buena suerte de nuestro vecino? Podemos
decir: «Me alegro de que a Enrique le haya tocado la lotería», pero ¿qué sucede en nuestro corazón y
en nuestra mente? Cuando decimos: «Me alegro de que Tania se haya echado un novio», ¿cómo nos
sentimos en realidad? La aspiración de alegrarnos puede ser débil comparada con la intensidad del
resentimiento, la envidia o la autocompasión que sentimos. Sabemos lo fácil que es dejarnos atrapar y
bloquear por las emociones. En esta situación es prudente preguntarnos por qué guardamos rencor a
alguien, como si esta emoción fuera a hacernos felices o a calmar nuestro dolor. Es como comer
matarratas y creer que con ello vamos a matar las ratas. Nuestro deseo de sentirnos mejor y los métodos
que usamos para lograrlo están sin duda desincronizados.

Siempre que seamos presa de las emociones, es conveniente recordar las enseñanzas, recordar que
el sufrimiento es el resultado de una mente agresiva. Incluso la más ligera irritación nos causa dolor
cuando nos regodeamos en ella. Éste es el momento de preguntarnos: «¿Por qué me estoy haciendo
esto de nuevo?». Contemplar las causas del sufrimiento en el preciso momento en que lo
experimentamos nos da fuerza. Empezamos a reconocer que tenemos todo lo necesario para vencer el
hábito de comer matarratas, que podemos lograrlo.

Cuando trabajamos con alguien que nos resulta indiferente, ¿qué ocurre en nuestro corazón?
Mientras practicamos o andamos por la calle decimos: «Me alegro por aquel hombre que está
cómodamente sentado bajo el sol», «Me alegro por aquel perro de la perrera que fue adoptado». Pero
¿qué ocurre cuando decimos estas palabras? Cuando contemplamos a los demás con aprecio, ¿nuestras
barreras se abren o se cierran?
Las personas difíciles, como de costumbre, son los mejores maestros. Aspirar a alegrarnos por su
buena suerte es una excelente oportunidad para investigar nuestras reacciones y estrategias. ¿Cómo
reaccionamos a su buena suerte, su buena salud o sus buenas noticias? ¿Con envidia? ¿Con rabia? ¿Con
miedo? ¿Qué estrategia usamos para huir de lo que sentimos? ¿La venganza o el auto desprecio? ¿Qué
historias nos contamos? («Ella es una esnob», «Soy un fracaso»). Estas reacciones, estrategias y discursos
son los materiales de que están hechas las paredes de nuestras conchas y prisiones.

Y después, en el preciso momento en que nos ocurra, observamos la experiencia no verbal de la
emoción que subyace bajo las palabras. ¿Qué le sucede a nuestro corazón, a nuestros hombros o
estómago? Permanecer con la sensación física que nos produce es totalmente distinto a obsesionarnos
con el acento que nos contamos. Requiere saber apreciar aquel preciso momento, es una forma de
relajarnos, de aprender a suavizarnos en lugar de endurecernos. Permite que la base de la alegría
ilimitada —nuestra bondad básica— irradie su luminosidad.

¿Podemos ahora alegrarnos, al mismo tiempo, por nosotros mismos, por el ser querido, por el amigo,
por la persona que nos resulta indiferente y por la difícil? ¿Podemos alegrarnos por todos los seres a lo
largo del tiempo y del espacio?
«Permanece siempre alegre» es uno de los versos sobre la purificación de la mente, aunque pueda
parecer una aspiración imposible. Como un hombre me dijo: «“Siempre” es mucho tiempo». Sin
embargo, a medida que aprendamos a desbloquear nuestra bondad básica, descubriremos que cada
momento contiene la libre apertura y la calidez que caracterizan a una alegría ilimitada.

Éste es el sendero que seguimos para cultivar la alegría: aprender a no blindar nuestra bondad básica
y a apreciar lo que tenemos. Sin embargo, la mayor parte del tiempo no lo hacemos, en vez de valorar
lo que tenemos, estamos luchando constantemente y alimentando nuestra insatisfacción. Es como
desear que crezcan flores echando cemento en el jardín.

Pero a medida que hacemos las prácticas de la bodhicitta, llegamos a un punto en el que vemos la
magia del momento presente; despertamos poco a poco a la verdad de que siempre hemos sido unos
guerreros viviendo en un mundo sagrado. Ésta es la experiencia actual de la alegría ilimitada. Es verdad
que no siempre la experimentaremos, pero año tras año se irá volviendo más accesible.

 

Pema Chodron
Los lugares que te asustan. Convertir el miedo en fortaleza en tiempos difíciles
Fragmento: Cap. 10
Orino,2012

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