Escribir una carta

Conocí a un joven que sentía mucha ira hacia su madre. Yo había pedido a todos los asistentes al retiro del que él formaba parte que escribieran las cualidades positivas de sus padres. El joven se dijo a sí mismo: «Bueno, escribir las cualidades de mi padre es fácil.
Pero en cuanto a mi madre, no creo que haya mucho que pueda escribir». Sin embargo, al empezar a escribir, se sorprendió cuando, una tras otra, fue enumerando las cualidades positivas de su madre. No tuvo suficiente con una página. Dio la vuelta a la hoja y siguió escribiendo.
Durante ese tiempo, practicó la observación en profundidad y comprendió que su madre tenía muchas cualidades positivas. Estaba enfadado con ella por una sola cosa, y esa ira había tapado todo lo demás. Al final del ejercicio había redescubierto a su madre como una persona maravillosa. Y como parte siguiente del ejercicio, se sentó a escribirle una carta llena de cariño.
En la carta decía: «Madre, me siento muy feliz y orgulloso de tener una madre como tú». Y mencionaba todas las buenas cualidades que había recibido de ella. Una semana más tarde recibió una llamada telefónica de su esposa, en Estados Unidos, que le dijo:
«Tu madre se puso muy feliz cuando leyó tu carta. Dijo que había redescubierto a su maravilloso hijo. Y dijo que si su propia madre hubiera estado viva todavía, le habría gustado escribirle una carta como esa».
Después de esa conversación con su esposa, el joven se sentó para escribir otra carta a su madre: «Madre, si observas en profundidad, verás que mi abuela está todavía viva en ti, en cada célula de tu cuerpo. Y estoy seguro de que si te sientas y le escribes una carta, mi abuela podrá leerla. No es demasiado tarde». La relación entre hijo y madre se restableció magníficamente, y no fue necesario mucho tiempo para ello.
Según el tratado de paz, si no hemos sido capaces de transformar nuestra ira después de practicar el abrazo y la observación en profundidad de la otra persona, tenemos que dejar que ella lo sepa antes de que hayan pasado veinticuatro horas. No tenemos derecho a guardarnos la ira más de veinticuatro horas; tenemos que contárselo. No es sano que nos la guardemos. En lugar de ello, iremos a ver a esa persona y le diremos que estamos enfadados, que sufrimos. Y si sentimos que todavía no podemos decirlo con tranquilidad, podemos escribirlo en una hoja de papel. Y de acuerdo con las cláusulas del tratado de paz, tenemos que entregar la nota antes de la fecha tope.

Thay

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