Había una vez un par de viejos sin trabajo, un abuelo y una abuela que vivían como mendigos. Un día, el Buda Shakyamuni pasó cerca de donde vivían con su discípulo Ananda. De pronto, de una montaña vecina, se desprenden un montón de rocas y dejan al descubierto un agujero de donde empiezan a surgir piezas y más piezas de oro. Al ver esto, el Buda le dice a Ananda:
-Están saliendo serpientes venenosas.
Ananda asintiendo, corroboró:
-En efecto, hay serpientes venenosas.
Y los dos siguieron su camino.
Los dos viejos oyeron la conversación de los viajeros. El viejo, que era muy curioso, dice:
-Vamos a echar una ojeada, mujer y llamó a la vieja.
Allá fueron los dos, y cuando vieron las piezas de oro que centelleaban al sol, exclamaron:
-¡Si estas son serpientes venenosas, que me muerdan a miles!
Cogieron unas cuantas y celebraron una fiesta.
Después cogieron más y se compraron ropas suntuosas; y así, poco a poco, fueron esparciendo monedas de oro por toda la ciudad. Pero ellos no sabían que este oro pertenecía al rey Ajatasatra y que el ladrón que lo había robado lo había enterrado en la montaña esperando recuperarlo más tarde: Todas las piezas tenían el sello del rey y así, siguiendo el rastro de las piezas, la guardia real apresó a la pareja de ancianos y lo acusaron de robar el tesoro imperial. Pero ellos, no queriendo renunciar al oro que aún quedaba en el escondite, hicieron un pacto de silencio. Al final, los condenaron al patíbulo, Ya ante el verdugo les volvieron a preguntar si tenían algo que alegar y los viejos, al unísono, gritaron:
-¡Eran serpientes venenosas!
Ante esta extraña respuesta, y hábilmente interrogados por los jueces, acabaron por confesar la verdad.
Esta historia es el origen del dicho:
«El oro es una serpiente Venenosa»