Se trataba de un hombre que había llegado a ser fabulosamente rico; cuando alcanzó la edad de cuarenta años decidió donarlo todo y quedarse sólo con lo suficiente para vivir tranquilamente el resto de su existencia. Ya no tenía interés por viajar, porque había comprobado que el viaje más fructífero era el que le conducía a su propio ser. Era por igual amable y cordial con todo el mundo, si bien a nadie se acercaba ni a nadie evitaba. Si le hablaban, contestaba; si nada le decían, guardaba silencio. Su vida era sencilla y simple, pero a la vez siempre diferente, porque no dejaba de aprender del aire, del agua, de las flores y de su propia presencia de ser. No se apresuraba, porque no había adonde ir, puesto que ya había llegado.
Nada le agitaba, porque había superado los apegos. Gozaba de un excelente sentido del humor y nunca se perturbaba. La gente le veía ir y venir, a todos lados y a ninguna imperturbable parte en concreto. De vez en cuando, compraba algunas confituras y se las ofrecía a los demás, porque le gustaba hacer regalos. Cierto día, un curioso se le acercó y le preguntó:
—Tú que has renunciado a tantas cosas, ¿en qué crees? Sus labios esbozaron una divertida sonrisa y repuso con serenidad:
—El sol sale, el sol se oculta. En eso creo.
Estupefacto, el desconocido preguntó:
—¿Sólo en eso?
Y el hombre imperturbable repuso:
—¿Y te parece poco?
Reflexión
El ser humano vive tanto en las expectativas inciertas de futuro que él mismo se convierte en el caudal de la incertidumbre, la ansiedad y la desdicha. Tan lejos miramos que no vemos lo que sucede a cada instante y nos perdemos la gloria del momento, sea la salida del sol, sea el anochecer, sea el trino de un pájaro o la brisa del aire. Memorias y expectativas condicionan la mente y no le dejan conectar con el instante presente. Así no se fluye con la vida, porque la mente está escapando al pasado o huyendo hacia el futuro. ¿Qué forma de vivir es ésa? Pero el que logra establecerse en la esencia de la mente y no se deja arrastrar por tendencias hacia el pasado ni hacia el futuro se conecta, sereno y desasido, con lo que a cada
momento surge y se desvanece.
Ramiro Calle