LOS CINCO ELEMENTOS

El Buda nos enseñó que el “yo” es una combinación de los cinco elementos siguientes:

  1. Nuestra forma (cuerpo físico)
  2. Nuestros sentimientos.
  3. Nuestras percepciones.
  4. Nuestras formaciones mentales.
  5. Nuestra consciencia.

Estos son los llamados cinco elementos o agregados (en sánscrito: “skandhas”,que literamentene significa “montón”) que configuran nuestra personalidad, que configuran nuestro “yo”.

Supongamos que pelamos una naranja, que representa nuestra personalidad y que la dividimos en cinco partes. La forma física es la primera parte de la naranja, que va seguida de nuestros sentimientos, nuestras percepciones, nuestras formaciones mentales y, por último, nuestra conciencia. Necesitamos aprender a contemplar nuestra forma física como si de un río se tratara. Nuestro cuerpo no es algo estático, sino que cambia de continuo. Es muy importante ver la fugacidad de nuestra forma física que cómo un río, cambia de continuo. Cada una de las células que componen nuestro cuerpo es como una gota de agua de ese río. Por ello en todos y cada uno de los instantes que configuran nuestra vida cotidiana, el nacimiento y la muerte están ocurriendo continuamente. Debemos vivir cada momento simultáneamente presentes a la vida y la muerte. La vida y la muerte están presentes en cada uno de los instantes del río de nuestro cuerpo físico. Y debemos aprender a ver, de ese modo, nuestra impermanencia.

Cuando contemplamos profundamente la naturaleza de las cosas, advertimos la fugacidad que todo lo impregna. Nada existe como entidad permanente, todo cambia. No en vano se ha dicho, en este mismo sentido, que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. No podremos encontrar, en el río, por más que la busquemos, ninguna entidad permanente. Y lo mismo ocurre con nuestro cuerpo físico. No existe tal cosa como un yo; no existe en ese elemento al que llamamos “cuerpo” entidad permanente y absoluta alguna. En nuestra ignorancia, de la que se deriva todo nuestro dolor y sufrimiento, creemos que existe en nosotros una entidad permanente. Por ello sólo podremos liberarnos del sufrimiento cuando reconozcamos profundamente que nuestra naturaleza carece de identidad fija.

Thay

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