Cuando estamos atrapados en el miedo, nos cerramos y no podemos ser generosos ni compasivos. Para amar a los demás, tenemos que comenzar amándonos y respetándonos a nosotros. Esta meditación contribuye a que, después de aceptarnos a nosotros mismos –lo que no solo incluye nuestra felicidad, sino también nuestro sufrimiento–, seamos capaces de desear el bien a los demás.
Metta significa amor-bondad. Empezamos con una aspiración del tipo: «Pueda yo liberarme del miedo». Cuando nos hemos observado profundamente, con todo nuestro ser, para entendernos a nosotros mismos, estaremos en condiciones de desear el bien a los demás: «Pueda verse libre del miedo. Puedan verse libres del miedo». Pero no nos limitamos a repetir las palabras, imitar a otros o esforzarnos en alcanzar un ideal. No se trata de repetir como loritos:
«Me amo a mí mismo y amo a todos los seres», ¡debemos poner todo nuestro corazón en ello!
Cuando practicamos, cobramos conciencia de la paz, de la felicidad y de la claridad de las que, en este momento, disfrutamos, de si estamos ansiosos por algún accidente o adversidad o de cuánto miedo o preocupación albergamos en este momento. Cobrando conciencia de estos sentimientos, nuestro autoconocimiento se profundiza. De ese modo, vemos el modo en que nuestros miedos contribuyen a nuestra infelicidad y nos damos cuenta de la importancia que tiene amarse a uno mismo y cultivar un corazón compasivo.
La práctica de metta
Esta meditación es una adaptación del Visuddhimagga (El sendero de la purificación), una sistematización de las enseñanzas del Buda, llevada a cabo, en el siglo V d. de C., por Buddhaghosa.
Siéntate inmóvil, sosiega tu cuerpo y tu respiración y repite mentalmente la siguiente aspiración:
Pueda experimentar, en mi cuerpo y en mi espíritu, la claridad, la paz y la felicidad. Pueda sentirme seguro y verme libre de daño. Pueda liberarme de la ansiedad, el miedo, el odio y las demás aflicciones.
La posición sedente es idónea para esta práctica. Cuando te sientes tranquilo, no estás demasiado preocupado por otras cuestiones, así que puedes ver profundamente en ti mismo tal como eres, cultivar el amor hacia ti y decidir el mejor modo de plasmar ese amor en el mundo.
Pueda ella experimentar, en su cuerpo y en su espíritu, la claridad, la paz y la felicidad. Pueda él experimentar, en su cuerpo y en su espíritu, la claridad, la paz y la felicidad. Puedan ellos experimentar, en su cuerpo y en su espíritu, la claridad, la paz y la felicidad.
Pueda ella sentirse segura y verse libre de daño. Pueda él sentirse seguro y verse libre de daño. Puedan ellos sentirse seguros y verse libres de daño.
Pueda ella liberarse de la ansiedad, el miedo, el odio y las demás aflicciones. Pueda él liberarse de la ansiedad, el miedo, el odio y las demás aflicciones. Puedan ellos liberarse de la ansiedad, el miedo, el odio y las demás aflicciones.
Cuando ofrezcas esta aspiración, inténtalo, en primer lugar, con alguien que te agrade, luego con alguien que te resulte neutro y, por último, con una persona cuyo simple recuerdo te haga sufrir.
Para llevar a cabo esta práctica concreta, debes ser capaz de visualizarte a ti mismo y a la persona a la que deseas el bien. Según el Buda, el ser humano está compuesto de cinco agregados (conocidos, en sánscrito, como skandhas), que son la forma, la sensación, la percepción, las formaciones mentales y la conciencia. En cierto modo, tú eres el supervisor y los cinco agregados son tu territorio.
Empieza la práctica de metta observando profundamente el interior de tu cuerpo. Formúlate preguntas como las siguientes: ¿cómo es mi cuerpo en este momento?, ¿cómo era en el pasado?, ¿cómo será en el futuro? De la misma manera, cuando medites en una persona que te agrade, que te resulte neutra o a la que odies, debes empezar también contemplando sus cualidades físicas. Inspira y espira, visualizando su rostro; su forma de caminar, sentarse y hablar; su corazón, sus pulmones, sus riñones y todos los órganos de su cuerpo, tomándote el tiempo que sea necesario para cobrar conciencia de todos los detalles. Pero no olvides empezar siempre contigo. Cuando ves claramente tus propios cinco skandhas, el entendimiento y el amor brotan de manera natural y sabrás qué tienes que hacer y qué no tienes que hacer.
Observa tus sensaciones agradables, desagradables y neutras. Las sensaciones fluyen a través de nosotros como un río y cada una de ellas es una gota del agua que compone su caudal. Observa el río de tus sensaciones y contempla el modo en que emerge cada sensación. Mira lo que te impide ser feliz y haz todo lo que esté en tu mano para cambiar las cosas. Ejercita el contacto con los elementos maravillosos, renovadores y curativos que ya hay en ti y en el mundo porque, al actuar de ese modo, te volverás más fuerte y capaz de amar a los demás y a ti mismo.
El Buda dijo: «La persona que tiene percepciones erróneas es la que más sufre en el mundo y la mayoría de nosotros tenemos percepciones erróneas». Cuando vemos una serpiente en la oscuridad, nos asustamos, pero cuando alguien la ilumina con una linterna, descubrimos que no era más que una cuerda. Tienes que conocer las percepciones erróneas que causan sufrimiento. La meditación del amor te ayuda a ver con claridad y serenidad, así como a mejorar el modo en que percibes las cosas.
Observa luego tus formaciones mentales y date cuenta de las ideas y tendencias que te llevan a actuar y obrar del modo en que lo haces. Date cuenta de cuándo estás influenciado por tu conciencia individual y cuándo por la conciencia colectiva, que está relacionada con tu familia, tus ancestros y la sociedad en su conjunto.
Observa, por último, tu conciencia. Según el budismo, la conciencia es como un campo que alberga todo tipo de semillas: semillas de amor, compasión, alegría y ecuanimidad; semillas de odio, temor y ansiedad y semillas de atención. La conciencia es el almacén que contiene todas esas semillas, todas las posibilidades que pueden aflorar en nuestra mente. La meditación metta puede hacer que las semillas de la paz, el amor y el gozo florezcan en tu mente consciente como zonas de energía y acaben transformando las semillas del miedo.
Thay