Prostituirse por las apariencias

Si no conoces la existencia del Yo original ni la senda de la trascendencia, y en lugar de ello aprendes a preguntar y responder basándote en escritos y palabras, ¿qué importancia tiene? En este caso, dondequiera que vayas a pasar el verano o el invierno en compañía de un maestro, llevando contigo tres o cinco cuadernos de citas y notas, ya desde un principio pedirás más y más instrucciones sobre cada uno de los temas, y te dedicarás a hablar sobre el ascenso y el descenso, la percepción y la función, la vertical y la horizontal, creyendo convertirte en un practicante de zen que a nada está supeditado. Afirmarás comprender con claridad el tema sobre tu propio yo, atesorándolo en el corazón como el supremo principio.

Finalmente desearás que te llamen maestro del zen para poder abrir más tarde los ojos a la gente. Pero con esta actitud, ¡cuán profundamente entierras a los antiguos maestros! Y en un futuro, ¡de qué modo tan erróneo guiarás a las personas! Si pretendes explicar el nacimiento y la muerte adoptando esta actitud, ¿te servirá de algo? Aunque súbitamente experimentes una gran percepción y un gran despertar, y seas capaz de hablar como las nubes y la lluvia, todo lo que habrás ganado será una gran elocuencia, pero te alejarás cada vez más del camino.

Esto es lo que se llama prostituirse por las apariencias.


Ch’eng-ku

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