Respiración

Lo que solemos llamar el yo no es más que una especie de puerta de vaivén que se mueve cuando inhalamos y cuando exhalamos.

Cuando practicamos el zazén, la mente se adapta siempre al ritmo de nuestra respiración. Al inhalar, el aire penetra en el mundo interior. Al exhalar, el aire sale al mundo exterior. El mundo interior es ilimitado, y también lo es el exterior. Se dice «mundo interior» y «mundo exterior», pero, en realidad, sólo hay mundo entero. En este mundo ilimitado nuestra garganta es como una puerta de vaivén. El aire entra y sale como cuando se pasa por una puerta de esa clase. Cuando uno piensa «yo respiro», el «yo» está de más. No hay ningún «uno» para decir «yo». Lo que solemos llamar el «yo» no es más que una especie de puerta de vaivén que se mueve cuando inhalamos y cuando exhalamos. Es simplemente algo que se mueve. Cuando la mente está bastante pura y calmada para seguir este movimiento, no hay nada, ni «yo», ni mundo, ni mente, ni cuerpo, sino simplemente una puerta de vaivén.

Por eso, cuando practicamos el zazén todo lo que existe es el movimiento de la respiración, pero siempre estamos conscientes de este movimiento. Nunca se debe tener la mente distraída. Pero estar consciente del movimiento no significa estar consciente del pequeño yo personal, sino más bien de nuestra naturaleza universal, de la naturaleza de Buda. Esta clase de mera conciencia es muy importante porque en general nos inclinamos a ser unilaterales. Nuestra comprensión usual de la vida es dualista: tú y yo, esto y aquello, bueno y malo. Pero en realidad estas distinciones son, de por sí, la conciencia de la existencia universal. «Tú» significa que uno está consciente del universo en la forma de «tú», y «yo» significa conciencia del mismo universo en forma de «yo». «Tú» y «yo» no son más que puertas de vaivén. Esta clase de comprensión es necesaria. Lo que es más, no se debería llamar comprensión, porque en realidad es la verdadera experiencia de la vida a través de la práctica del Zen.

Esto quiere decir que cuando se practica el zazén no existe idea del tiempo ni del espacio. Quizás uno se diga «nos sentamos en esta habitación a las seis menos cuarto». De este modo, se tiene alguna idea del tiempo (las seis menos cuarto) y cierta idea del espacio (en esta habitación). Sin embargo, en realidad, lo que uno hace es simplemente sentarse y estar consciente de la actividad universal. Nada más. En ese momento, la puerta de vaivén se abre en una dirección y al siguiente se abre en dirección opuesta. Momento tras momento la persona repite la misma operación, sin la menor idea del espacio. El tiempo y el espacio son una misma cosa. Uno suele pensar «debo hacer tal cosa esta tarde», pero en realidad no hay tal «esta tarde». Las cosas se hacen una tras de otra. Nada más. No existen un tiempo tal como «esta tarde», ni «la una», ni «las dos». A la una se almuerza. El almorzar es de por sí la una. Se estará en cualquier parte que sea, pero al lugar no se lo puede separar de la una. Para quien aprecie la vida, las dos cosas son una misma. A veces, cuando nos cansa la vida, nos decimos «no debería haber venido a este lugar, habría sido mucho mejor haber ido a algún otro para el almuerzo, este lugar no es muy bueno». Uno se crea en la mente una idea del lugar separado del tiempo real.

O bien nos decimos «esto no está bien, por lo tanto no debería hacerlo». La verdad es que cuando uno dice «no debería hacerlo», está haciendo el no hacer en ese preciso momento. Por lo tanto, no se puede escoger. Cuando se separan la idea del tiempo y la del espacio uno se siente como si pudiera escoger. Pero, en realidad, hay que hacer algo o, de lo contrario, hay que no hacer. No hacer es hacer algo. Eso de bien y mal existe sólo en la mente. Por eso no debemos decir «esto está bien» ni «esto está mal». ¡En vez de decir mal debemos decir «no hacer»! Si uno piensa «esto está mal» se creará cierta confusión. De modo que en el campo de la pura religión, no hay confusión del tiempo y del espacio ni del bien y ni del mal. Lo único que hay que hacer es hacer las cosas tal como vienen. ¡Hagan algo! Sea por lo que fuere, debemos hacerlo, aunque consista en no hacer algo. Debemos vivir el momento. Así, pues, cuando nos sentemos debemos concentrarnos en la respiración y en convertimos en una puerta de vaivén y en hacer algo que debemos hacer, algo que hay que hacer. Ésta es la práctica del Zen. En esta práctica no hay confusión. Cuando se establece este sistema de vida no hay confusión de ninguna especie.

Tozan, un famoso maestro de Zen, ha dicho: «La montaña azul es la madre de la nube blanca. La nube blanca es hija de la montaña azul. Todo el día una depende de otra sin ser mutuamente dependientes. La nube blanca es siempre la nube blanca. La montaña azul sigue siendo siempre la montaña azul». Ésta es una clara y pura interpretación de la vida. Puede haber muchas cosas como la nube blanca y la montaña azul: el hombre y la mujer, el maestro y el discípulo. En cada caso uno depende del otro. Pero la nube blanca no debe preocuparse por la montaña azul, ni la montaña azul por la nube blanca. Son dos entidades completamente independientes, pero, no obstante, dependientes. Así es como vivimos y como practicamos en zazén.

Cuando llegamos a ser verdaderamente nosotros mismos, nos convertimos en esa puerta de vaivén que mencioné, nos mantenemos independientes de todo y, al mismo tiempo, dependientes de todo. Sin aire no se puede respirar. Cada uno de nosotros está en medio de miríadas de mundos. Está siempre en el centro del mundo en todo momento. Por eso, uno es completamente dependiente e independiente. Cuando uno pasa por esta clase de experiencia, esta clase de existencia, goza de independencia absoluta, nada le preocupa. Por eso, cuando se practica el zazén hay que concentrar la mente en la respiración. Esta clase de actividad es la fundamental del ser universal. Sin esta experiencia, esta práctica, es imposible alcanzar la libertad absoluta.

Mente Zen,Mente dPrincipiante

Shunryu  Suzuki

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