El Fantasma

Dos jóvenes muy enamorados decidieron  desposarse. Tras la luna  de miel, el hombre pensó que era necesario dejar el pueblo  y marcharse  a la ciudad para  conseguir,  aunque fuera  temporalmente, un buen  empleo a fin de ganar algún dinero.  Así, una mañana  se des- pidió de su esposa, diciéndole:

—Mi muy querida,  quizá tarde tiempo  en volver; tal vez pasen meses o incluso años, pero  cuando  vuelva dispondremos de los medios para poder  tener un hijo.

Los jóvenes se abrazaron con gran ternura  y el marido se puso en marcha hacia la ciudad. Pero he aquí que un fantasma los estaba observando sigilosamente y descubrió la partida  del joven. El fantasma necesitaba un lugar donde estar, relacionarse, divertirse  y ahuyentar su soledad.

Aprovechó,  pues, para tomar  la apariencia  del marido y a los pocos días se presentó  en la casa.

—¡Qué maravillosa  sorpresa,  amado  mío! –exclamó la joven, encantada, creyendo  que se trataba  de su marido–. No te esperaba en mucho tiempo y has regresado  en sólo unos días. ¡Qué alegría tan grande!

—Así es, amada mía –dijo el fantasma–. Han prometido avisarme cuando haya un buen trabajo para mí. Mientras  tanto,  ¿qué mejor que gozar de tu compañía  y compartir nuestro  inmenso amor?

Como no disponían  de medios, los jóvenes vivían con los padres  de la mujer.  Así transcurrieron los meses. El fantasma estaba encantado, sin hacer nada, dejándose cuidar  y atender.  Mientras  tanto,  el verdadero marido  ya estaba en la ciudad,  había encontrado un empleo y había comenzado  a trabajar  duramente. De  vez en  cuando escribía a su esposa, contándole noticias, pero el fantasma se encargaba de interceptar y destruir  las cartas.

Transcurrió cerca de un año.  El hombre  consiguió, con gran esfuerzo y llevando una vida muy austera,  algunos ahorros.  Había  llegado  el momento de regresar  al hogar.  Se puso en marcha  hacia su pueblo y días después llegó a la casa de sus suegros.  Cuando  entró,  su esposa estaba  acompañada por  el fantasma.  Si la sorpresa  del recién llegado fue mayúscula, la de la esposa fue tal que se desvaneció  durante  unos  minutos.  ¡Tenía  dos maridos iguales!

—Yo soy tu genuino marido –dijo el verdadero esposo.

—No es cierto. Soy yo –aseveró el fantasma.

Así, comenzaron a porfiar  el marido  y el fantasma, sin que ningún  miembro  de la familia pudiese  descubrir cuál de ellos era el verdadero, hasta  que el padre  de la joven tuvo  una sagaz idea. Cogió  una pequeña  bolsa de cuero y dijo:

—Aceptaremos  como  esposo  al que  sea capaz  de meterse en esta bolsa.

El marido  verdadero lo intentó, pero,  naturalmente, no pudo conseguirlo.  En cambio, el fantasma lo logró sin ninguna dificultad, cayendo en la trampa.  Echaron el saco con el fantasma a un profundo pozo y la mujer se abrazó entusiasmada  a su auténtico  marido. Todos se sentían muy felices. Un año después, los jóvenes tuvieron una niña preciosa. El fantasma nunca volvió a presentarse.

Reflexión

Hay muchas personas como ese fantasma usurpador, personas  aviesas que no reparan  en el daño  que puedan hacer a los demás y que convierten  sus vidas en un verdadero basurero, haciéndose daño a sí mismas y a los demás. Ramakrishna alertaba:  «Como una misma máscara puede ser llevada  por  varias personas,  así hay varias clases de criaturas  que  son humanas  sólo en apariencia.  Aunque todas ellas tienen forma humana, algunas son como tigres hambrientos, otras como osos feroces y también hay quienes son como astutos zorros o venenosos  reptiles». Ciertamente hay gente  infinitamente más dañina  que el más destructivo animal y que va aprovechándose de cualquier situación  en su propio  beneficio, pero ni siquiera esa clase de gente debe robarle la paz a la persona noble, que tiene que velar por sí misma y que ha de conseguir oponerse a la ola de pensamientos vengativos con una de pensamientos  positivos  y no dejar  que la malevolencia  de los demás le sustraiga su benevolencia,  ecuanimidad y sosiego. Ésa es la mayor  victoria  contra  las personas  malevolentes que, además, antes o después, serán descubiertas en sus intenciones  y actos perniciosos.

Ramiro A. Calle

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