Me parece que a muchas personas les da miedo el silencio. Siempre están enfrascadas en algo —los mensajes de texto, la música, la radio, el televisor o los pensamientos— para llenar el espacio. Si la quietud y el espacio son tan necesarios para nuestra felicidad, ¿por qué no nos reservamos más tiempo en nuestra vida para ellos?
Una de mis estudiantes más antiguas tiene una pareja muy cariñosa, sabe escuchar y además no habla en exceso, pero cuando está en casa necesita tener siempre la radio o el televisor encendidos, y le gusta desayunar leyendo el periódico.
Conozco a una mujer que tiene una hija a la que le encanta meditar sentada en el templo zen del barrio. Un día, su hija la animó a probarlo. Le dijo: «Es muy fácil, mamá. No hace falta que te sientes en el suelo, puedes hacerlo en una silla. No es necesario que hagas nada más, salvo estar sentada en quietud». A lo que la mujer le respondió con gran franqueza: «¡Justamente eso es lo que más miedo me da!»
Podemos sentirnos solos aunque estemos rodeados de un montón de gente. Nos sentimos solos pese a estar juntos. Hay un vacío en nuestro interior. Como nos incomoda, intentamos llenarlo a toda costa y hacerlo desaparecer. La tecnología nos ofrece muchos aparatos para estar «conectados». En la actualidad siempre estamos conectados, pero seguimos sintiéndonos solos. Consultamos el correo electrónico y las redes sociales muchas veces al día. Enviamos correos o mensajes de texto uno tras otro.
Queremos compartir, recibir. Nos pasamos el día entero intentando estar conectados.
¿De qué tenemos miedo? Tal vez sintamos un vacío, una sensación de aislamiento, de tristeza, de desasosiego. Quizá estamos desolados y creemos que nadie nos quiere. Que nos falta algo importante en la vida. Algunas de esas sensaciones son muy antiguas y nos han estado acompañando siempre, bajo toda nuestra actividad y pensamientos.
Intentamos evadirnos de lo que sentimos con un montón de estímulos. Pero cuando se hace el silencio, todas esas emociones afloran con gran claridad.
Thay