Se trataba de un erudito muy pagado de sí mismo, que siempre estaba haciendo gala de sus conocimientos de todo orden, menospreciando a aquellos que no eran tan cultos como él. Escuchó hablar de un yogui y acudió a visitarlo, pero no para interesarse por él o preguntarle algo sobre la ciencia espiritual, sino para jactarse de sus conocimientos.
—No hay rama de la ciencia o de la filosofía que no haya estudiado a fondo. Soy una biblioteca viviente. Mis conocimientos con incalculables.
El yogui le miró directamente a los ojos y le gritó:
—¡Necio ignorante!
El erudito se descompuso, llenándose de ira. Se lanzó contra el yogui y comenzó a golpearlo una y otra vez, hasta quedar ahíto. Después de haber sido maltratado, el yogui le sonrió y el erudito se quedó petrificado al comprobar la serenidad de ese hombre, que le dijo sosegadamente:
—Has aprendido mucho, sin duda, pero no a controlar tu mente ni sus reacciones. Sabes mucho, pero no eres un hombre de paz.
El erudito se postró ante el yogui y le suplicó perdón. Después se marchó avergonzado.
Reflexión
No hay saber más alto que el de poder sustraerse a las reacciones negativas y a las emociones perniciosas. Si lo conoces todo y no te conoces a ti mismo, eres un mísero ignorante. La inteligencia primordial no es conocimiento libresco, erudición o acumulación de datos, sino la visión esclarecida que pone en marcha la maravillosa potencia de la compasión. Se puede aprender más sobre uno mismo en una hora de meditación que en mil horas de lecturas. Para el que sabe ver, todo adquiere un sentido que escapa a la simple erudición. Ésta en sí misma no transforma, y una enciclopedia viviente puede ser una masa de desorden y sufrimiento para sí misma y para los otros. Es un sabio no el que acumula conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y supera las ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el corazón de todas las criaturas y permanece inmutable ante los acontecimientos, sin perder su eje de quietud; es un sabio el que se libra de las redes de la ignorancia, no a través de conocimientos, sino de experiencias profundas que lo transforman y permiten que resplandezca la luz interior.
Ramiro A. Calle