Un hombre fue invitado a comer en la lujosa mansión de unas personas muy acaudaladas. Llegó a la reunión ataviado con unas prendas muy sencillas y se percató de que los anfitriones disimulaban para evitar saludarle. Dejó durante unos minutos la reunión, se desplazó a su casa y se envolvió en una lujosísima y muy cara túnica de la mejor seda que uno pudiera imaginar. Volvió a la mansión y nada más entrar los anfitriones se aproximaron a él y le saludaron con enorme deferencia, respeto y cordialidad, invitándole a pasar al comedor.
El invitado accedió al comedor y le pidieron que presidiera la mesa, indicándole su silla. El hombre, ante la perplejidad y vergüenza de todos los presentes, se quitó presto la túnica, la arrojó sobre la silla y dijo:
—Puesto que es la túnica la que os inspira deferencia, respeto y cordialidad, aquí os la dejo y yo me marcho.
¿Por qué, amigos, no organizáis una comida de túnicas?
Se dio media vuelta y partió.
Reflexión
En la sociedad se valora a las personas por lo que tienen o aparentan, pero no por lo que son. Una sociedad hasta tal punto insustancial sólo se orienta hacia el envanecimiento y no valora a los seres humanos por sí mismos, sino por sus pertenencias. Al ponerse el énfasis en la personalidad (persona: máscara), no se repara en lo esencial. Los que así proceden son víctimas ellos mismos de su propia banalidad, y viven de espaldas a su sol interior y al de los demás.
Ramiro Calle