El Samurai

Un aguerrido samurái fue a visitar a un  anciano  sabio  para  exponerle una duda que le atormentaba desde hacía mucho tiempo.

—Señor –dijo–, me hallo aquí porque necesito saber si existen el cielo y el infierno.

—¿Quién lo pregunta?  –dijo el sabio.

—Un samurái –respondió orgulloso  el guerrero.

—¿Y tú con este aspecto eres un samurái? Seguro que no eres más que un necio y un cobarde.

El samurái,  encolerizado, desenvainó  al pronto el sable, momento en el que el sabio dijo:

—Ahora se están abriendo  las puertas  del infierno.

El samurái  tuvo  un  punto  de comprensión clara  y recuperó  el sosiego, a la par que enfundaba, avergonzado, el sable, y el sabio aseveró:

—Ahora se están abriendo  las puertas  del cielo.

El samurái hizo una solemne reverencia ante el sabio y dijo:

—Gracias,  señor,  habéis  contestado a mi pregunta con enorme  sabiduría.

El samurái dejó su oficio y vivió en paz.

Reflexión

Un antiguo  adagio reza: «Estamos en el camino para ayudarnos. No hay otra cosa que el amor». Como indico en mi relato,  El faquir, lo único que distingue a un ser humano sobre otro es su bondad primordial. Cuantas más personas bondadosas  halla, un mundo menos hostil y más justo podrá  irse construyendo. El egoísmo, la ofuscación,  la ira, el odio,  los celos, la envidia,  la rabia,  la avidez y la malevolencia representan la vía hacia el infierno interior  y exterior, en tanto  que la compasión,  el amor, la indulgencia, la alegría compartida, el sentido de solidaridad y cooperación  son el camino directo  hacia el paraíso interior  y exterior. Si algo necesita este mundo  convulso es amor; si algo requiere  esta sociedad atrozmente competitiva  y orientada hacia la posesividad  y la hostilidad,  es compasión. Nisargadatta aseveraba:  «Sin amor,  todo  es mal. La vida misma sin amor  es un  mal». La indulgencia  es un don; la benevolencia,  un tesoro.  Buda decía: «Esparce tus pensamientos amorosos  como pétalos de flor en todas las direcciones». Se conquista al que se odia mediante la compasión,  como al desasosegado  mediante  el sosiego. En el Dhammapada se nos instruye:  «Verdaderamente felices vivimos sin odio  entre  los que  odian.  Entre  seres que odian, vivamos sin odio». Para Buda existen cuatro  cualidades  tan  sublimes que las denomina «las cuatro  santas moradas».  Se trata del amor,  la compasión,  la alegría por el bienestar  de  los otros  y la ecuanimidad. A su hijo Rahula le exhortaba así: «Desarrolla  la meditación sobre la benevolencia,  Rahula, pues con ella se ahuyenta la mala voluntad.  Desarrolla  la meditación sobre  la compasión, Rahula, pues con ella se ahuyenta  la crueldad.  Desarrolla la meditación sobre  la alegría compartida, Rahula,  pues con ella se ahuyenta  la aversión. Desarrolla  la meditación sobre la ecuanimidad, Rahula, pues con ella se ahuyenta el odio».

Ramiro A. Calle

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