Llevaba diez años en busca de un maestro espiritual, recorriendo los caminos de la India. Decidió adentrarse en los altos Himalayas para ver si en esas remotas tierras le era dado conocer a un verdadero maestro. Estaba atravesando uno de los colosales valles himalayos cuando se encontró con un anciano que, al igual que él, hacía el camino a pie. Durante días los dos hombres caminaron juntos. Llegó la hora de la despedida y el joven le comentó al anciano:
—Ha llegado el momento de separarnos. Debo seguir con mi incansable búsqueda de un genuino maestro y ya se ha prolongado a lo largo de diez años. ¿Y tú? ¿Qué harás?
El anciano repuso:
—Lo que vengo haciendo desde hace veinte años. Tratar de encontrar un genuino discípulo.
Reflexión
La antigua instrucción reza: «Si el discípulo está preparado, aparecerá el maestro». Pero igual que no es fácil hallar un maestro realizado, tampoco lo es encontrar un discípulo verdadero, maduro y con inquebrantables aspiraciones hacia la liberación de la mente y la paz interior. El maestro exterior sólo constela al maestro interior; el sabio que podemos hallar fuera es el reflejo de nuestro sabio interior. Si tuviéramos todos la motivación de Lalla, lo mejor de nosotros afloraría y nos dictaría su perenne sabiduría. Lalla declaraba: «Apasionado, con el anhelo pintado en los ojos, buscando y escudriñando noche y día, he aquí que, al fin, contemplo al Verdadero, al Sabio, que en mi propia casa (el ama) llena por completo mi visión. Ése fue el día de mi buena estrella. Sin aliento, le retuve para que fuese mi Guía. Así, mi Lámpara de Conocimiento brilló lejos, avivada por el suave aliento de mi boca. Entonces, revelada a mi Ser mi alma resplandeciente, proyecté hacia fuera mi Luz interior y, disipada la oscuridad en torno a mí, sujeté firmemente la Verdad».
Ramiro Calle