Había una vez un discípulo que resultaba excesivamente individualista y que por ello consideraba que todas las comunidades espirituales o las escuelas eran innecesarias e incluso absurdas. A menudo se decía: «Si cada uno tiene que conseguir por sí mismo llegar a la iluminación, ¿para qué es necesaria la ayuda de los otros?»
Un día se entrevistó con un mentor espiritual y le expuso su punto de vista. El mentor dijo:
—Fíjate, amigo mío, precisamente quería proponerte una tarea y así ganarás un poco de dinero que te puede venir muy bien. En mi monasterio hay una roca inmensa que no puedo mover. Me gustaría que alquilases una mula y la cambiaras de sitio.
—Lo haré de sumo agrado. Pero a cambio no quiero ninguna suma de dinero, sino saber si son o no necesarias las escuelas espirituales.
—De acuerdo –convino el mentor–. Cuando hayas acabado el trabajo, te contestaré.
El discípulo alquiló la mula e intentó mover la roca, pero era ésta tan pesada que el animal no podía con ella. Por esta razón, se decidió a alquilar otra mula, pero los dos animales tampoco lograron acarrearla. Alquiló una tercera y tampoco fue posible trasladar la pesada roca. Finalmente, alquiló media docena de mulas y entre todas sí consiguieron transportar la colosal piedra. Después acudió a visitar al maestro a la espera de la anhelada respuesta. El mentor dijo:
—¿Todavía necesitas una respuesta cuando has tenido que recurrir a media docena de mulas para poder mover la roca que una sola no podía?
Al instante el discípulo comprendió. El mentor agregó:
—Cada persona es su propia vía, pero hasta el más intrépido escalador requiere la ayuda de los otros.
Reflexión
En la senda hacia la liberación, cada uno es en última instancia su propio maestro y su propio discípulo; uno tiene que recorrer la senda, hallar refugio dentro de sí mismo y encender la propia lámpara. Contamos para ello con las enseñanzas y los métodos, pero también nos son de aliento, consuelo, ayuda y referencia personas que tengan nuestras aspiraciones espirituales y que nos sirvan de referencia, compañeros espirituales y amigos en la larga senda hacia el auto conocimiento y la realización de sí. En lo posible, hay que asociarse con personas nobles y sabias, y no con aquellas que nos confundan o que entorpezcan nuestro viaje espiritual. También los amigos espirituales nos ayudarán a conocernos, diciéndonos con sinceridad cuáles son nuestros fallos y haciéndonos descubrir nuestros auto engaños. Todo tipo de amistad es muy valioso y la amistad espiritual aún lo es más. Entre los amigos espirituales surge un amor muy especial y una energía que ayuda a no desfallecer y a seguir la senda con más entusiasmo. Ya en el Anguttara Nikaya se nos señala que para la liberación de la mente del inmaduro una de las cinco cosas que nos ayudan a madurar es un buen amigo, y las otras una conducta virtuosa guiada por los preceptos esenciales de la disciplina; el buen consejo tendente a la ecuanimidad, la calma, la cesación y la iluminación; el esfuerzo para eliminar los malos pensamientos y adquirir otros saludables, y la conquista de la sabiduría que discierne el origen y destrucción de los fenómenos. Los amigos espirituales nos pueden ayudar mucho a conocer nuestros rasgos negativos, señalándonoslos abiertamente. Hay que dar la bienvenida a los compañeros espirituales que nos hacen ver nuestras faltas para poder superarlas, y no a aquellos que se pierden en inútiles halagos. En el Dhammapada se nos aconseja: «Si encontráis un amigo inteligente, apropiado para acompañaros, de buena conducta y prudente, en tal caso vivid con él felizmente y vigilantes, venciendo todos los obstáculos. Si no encontráis un amigo inteligente para acompañaros, de buena conducta y sagaz, entonces vivid solos como el rey que ha renunciado al país conquistado, o como un elefante paseándose solo por el bosque».
Ramiro A. Calle
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