El Rio

Era un  río  caudaloso,  pero  que  se deslizaba  majestuoso  y tranquilo, sorteando con habilidad toda suerte de obstáculos,  sin que nada pudiera frenar  su curso.  Atravesaba  valles, gargantas,  bosques,  junglas y desfiladeros. Imparable,  seguía su curso, pero de repente  llegó el desierto y sus aguas comenzaron a desaparecer  bajo sus abrasadoras  arenas. El río se espantó.  No había manera de atravesar  el desierto  y, sin  embargo,  anhelaba  poder desembocar  en otro  río.  ¿Qué  hacer?  Cada  vez que sus aguas llegaban a la arena,  ésta se las tragaba.  ¿No habría otra forma de atravesar el desierto? Entonces escuchó una misteriosa voz que decía:

—Si el viento  cruza  el desierto,  tú también  puedes hacerlo.

—Pero ¿cómo? –preguntó el río desconcertado.

—Permite que el viento te absorba –respondió la misteriosa voz–. Te diluirás en él y luego lloverás más allá de las arenas, se formará  otro río y éste desembocará en uno mayor.

—Pero ¿seguiré siendo yo? –quiso saber el río angustiado, temiendo  perder  su identidad.

—Serás tú y no serás tú. Serás el agua que llueva, que es la esencia, pero el río será otro.

—Entonces  me niego a ello. No quiero  dejar de ser yo –aseveró el río.

Pronto  las aguas del majestuoso  río se extinguieron en las secas arenas del inmenso desierto.

Reflexión

Todos  los grandes  maestros  espirituales  y sabios han visto en el ego un obstáculo  grave en la senda de la autorrealización,  porque  la persona  pone  tanto  énfasis en su desarrollo  que se olvida de su naturaleza  real, viviendo así en la máscara y no en la esencia, en el yo social y no en el ser. A la persona  le aterra  perder  su «egoidad», cuando  si se descorre  el velo del egocentrismo, uno  se encuentra cara a cara con su verdadero yo real. Muchos mueren por no querer  ver morir  a su ego y otros  hallan la verdadera vida cuando  es su ego el que muere. Supongamos  la tuerca de un avión  que,  aferrada  a su individualidad, no  es capaz de percibir  el avión del que forma  parte  y que la transporta. El místico de Benarés Kabir decía: «El mar y sus olas son una  unidad:  ¿qué diferencia  hay entre  él y ellas? Cuando  se levanta una ola, es de agua, y de agua es al caer de nuevo. ¿Dónde  está, pues, la diferencia?  ¿Deja de  ser  agua  porque  se la  llamó  ola?  Dentro del  Ser Supremo existen los mundos como cuentas de un rosario. Contempla este rosario con el ojo de la sabiduría».

Ramiro A. Calle

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