Se trataba de dos eremitas que llevaban años ejercitándose en la quietud de la mente y la generosidad del espíritu. Vivían en el bosque desde hacía años y nunca habían discutido. Un día, uno de ellos, por diversión, le dijo al otro:
—¿Por qué no discutimos un poco, como hace todo el mundo, ya que nosotros nunca lo hemos hecho?
—Si te empeñas –dijo el compañero–. Sí, tienes razón, nunca hemos discutido ni regañado por nada.
—Pues ahora yo coloco esta escudilla entre nosotros, digo que es mía y tú afirmas que es tuya, y comenzamos discutir, ¿te parece?
—De acuerdo.
El eremita que había tenido la idea dijo:
—Esta escudilla es mía. El compañero replicó:
—No, es mía. Y el otro dijo:
—Sí, es tuya.
Reflexión
«No soy libre para ser violento, cruel, malevolente», confesó en una ocasión un maestro. ¡Cuánta razón tenía! Ejercitado en el sosiego, el espíritu de la no violencia y la compasión, ya no tenía capacidad para ser agresivo. Si uno se ha adiestrado en la genuina virtud y ha logrado el entendimiento correcto, aun proponiéndoselo no puede ejercer ningún tipo de acción agresiva. Será firme, pero no hostil; será fuerte interiormente, pero no agresivo. El que ha conseguido ver desde la sabiduría no puede herir a los otros sin dañarse a sí mismo; el que ha erradicado la tendencia latente de la ira no puede airarse, porque la mansedumbre palpita en su aliento.
Ramiro Calle
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