Hablar de amor supone ante todo el sentir bondad en el fondo del corazón. En el mundo corriente, se pregunta por educación si los otros andan bien; en la vía zen, lo que se hace es desear en el fondo del corazón que los demás «anden bien». Se dirige uno a cada ser vivo con la bondad, la delicadeza y la ternura que se siente por un bebé. Eso son las palabras de amor.
Si encuentras un animal sin gracia, sin atractivo, si ves a un desgraciado, a un tullido, o quien sabe, a alguien malo, cruel, injusto, de inmediato formas en tu corazón este pensamiento: ¿cómo ayudarlo, cómo salvarlo? Hay que evitar que, ni siquiera por un momento, ni siquiera fugazmente, concibamos arrogancia, soberbia, burla, desprecio o repulsión. Lo que hay que hacer es despertar en nosotros la compasión, despertar el amor. Y si uno no siente de manera natural estos sentimientos, tiene que hacer que nazcan. Si no, no es uno fiel a los santos que nos han precedido, y se aleja de la Vía.
Las palabras de amor nacen en un corazón lleno de amor. Un corazón lleno de amor es la flor abierta de la bondad. Las palabras de amor restablecen la paz entre los enemigos jurados, reconcilian a los grandes señores y estremecen hasta los mismos cielos.
La Felicidad del Zen.
Henri Brunel