Se trataba de un gran filósofo, de tal modo que, a menudo, muchas personas le planteaban las más sutiles cuestiones y él siempre sabía hallar la respuesta precisa y satisfactoria. Se jactaba de ello. Era muy hábil con los conceptos y con las palabras. Se tenía por dialéctica mente invencible.
Un día se encontraba paseando apaciblemente y se topó con dos niños que discutían exaltados. A punto estaban de llegar a las manos, cuando el filósofo se interpuso entre ellos y les dijo:
—Jovencitos, nada de peleas. Decidme cuál es el motivo de tan apasionada discusión.
Uno de los muchachitos respondió:
—Yo aseguro que el sol está cerca de nosotros cuan- do sale y que se aleja al mediodía.
El otro intervino para decir:
—Pues yo digo lo contrario. El sol está más lejos cuando sale y mucho más próximo al mediodía.
El filósofo les pidió que se sentaran a su lado y razonaran sus puntos de vista:
El niño que había hablado en primer lugar dijo:
—El sol es más grande cuando surge en el horizonte y se torna más pequeño cuando trepa al centro del firmamento. ¿Acaso no se aprecian las cosas más grandes cuan- do están cerca y más pequeñas cuando están lejos?
—Es un buen razonamiento –convino el filósofo. Pero el otro niño replicó:
—¿Acaso no calienta el sol más al mediodía que cuando nace en el horizonte? ¿Acaso algo no calienta más cuando está más cerca que cuando está más lejos?
—Otro buen razonamiento –acordó el filósofo. Entonces los dos niños dijeron:
—Tienes fama de saber mucho –Era un filósofo muy célebre–. Dinos, pues, quién de nosotros tiene la razón.
El filósofo se quedó estupefacto. Aquellos muchachitos le ponían en un gran aprieto.
—No sé qué deciros –confesó consternado.
Los niños se rieron, cambiaron de tema de conversación y se pusieron a jugar alborozados.
Reflexión
La razón ejerce su función, desarrolla su papel, pero no es omnipotente. Hay una bella instrucción: «Dieciséis veces más importante que la luz de la luna es la luz del sol; dieciséis veces más importante que la luz del sol es la luz de la mente; dieciséis veces más importante que la luz de la mente es la luz del corazón». La inteligencia racional es un lado; la sabiduría emocional, otro. La sabiduría no es información, conocimientos, cultura, datos o ideas. Podemos encontrar muchas personas con conocimientos, pero pocas con sabiduría. El conocimiento no libera de los impedimentos de la mente; la sabiduría, sí. El conocimiento no es transformativo; la sabiduría transforma. Con alguien con conocimientos, aprendemos: nos transmite su información. Junto a una persona de sabiduría, experimentamos vivencias y su presencia nos ayuda a cambiar. El que tiene conocimientos sigue siendo víctima de apegos, pero la persona sabia está libre de todo ello. El sabio no sólo es inteligente, es virtuoso; el que posee muchos conocimientos puede ser un malvado. Hay personas con muchos conocimientos que son muy doctas en su ignorancia primordial; hay sabios de escasos conocimientos, pero que por su poder interior pueden conquistar con su sosiego al airado, con su amor al que odia, con su visión clara al ofuscado.
Personas con muchos conocimientos pueden herir y explotar a los otros, ser ofensivas y hostiles, pero el sabio es amoroso e inofensivo, presta a cooperar, libre de las cadenas del apego y el odio. Dondequiera que se halle, luce con luz propia; dondequiera que se encuentre, será de ayuda a los que quieran hollar la senda de la realización interior.
Ramiro A. Calle
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