Supón que una mañana, estas caminando al trabajo y un hombre te grita insultos. Tan pronto como oyes sus insultos, tu mente cambia de su estado habitual. No te sientes tan bien. ¡Te sientes enojado y herido, y quieres devolverle la agresión!
Unos días más tarde, otro hombre viene a tu casa y te dice, “¡Oye, ese hombre que te ofendió el otro día, está loco! ¡Lo ha estado por muchos años! Ofende a todos de esa manera. Nadie le presta atención a nada de lo que dice”. Tan pronto como escuchas esto, te sientes repentinamente aliviado. Aquel enojo y herida que habías reprimido dentro tuyo todos estos días se disuelve completamente. ¿Por qué? Porque ahora conoces la verdad. Antes, no la sabías. Pensabas que ese hombre era normal, por lo cual estabas enojado con él y eso te causaba sufrimiento. Tan pronto como descubriste la verdad, no obstante, todo cambió: “¡Oh, está loco! ¡Eso explica todo!”
Cuando comprendes esto, te sientes bien porque sabes por ti mismo. Habiéndolo sabido, entonces puedes dejarlo ir. Si no sabes la verdad, te apegas allí mismo. Cuando pensabas que el hombre que te ofendió era normal, lo podrías haber matado. Pero cuando descubriste la verdad, que es loco, te sentiste mucho mejor. Esto es el conocimiento de la verdad.
Alguien que ve el Dhamma tiene una experiencia similar. Cuando desaparecen el apego, la aversión, y la confusión, lo hacen de la misma manera. Mientras que no conozcamos estas cosas, pensamos:
“¿Qué puedo hacer? Tengo tanta codicia y aversión”. Esto no es conocimiento claro. Es lo mismo que cuando pensábamos que el hombre loco estaba sano. Cuando finalmente vemos que él estaba loco todo el tiempo, quedamos aliviados de la preocupación.
Nadie podía mostrarte esto. Solo cuando tu mente lo ve por sí misma, puede desarraigarse y renunciar al apego.
Ajahn Chah