Homo consciente

Buda fue uno de los ejemplos más hermosos de la especie humana que llamamos Homo consciente. Teníamos el Homo erectus (hombre erguido), el Homo habilis (hombre diestro) y el Homo sapiens (hombre pensante). Ahora tenemos la expresión Homo consciente (hombre consciente). Homo consciente es el ser humano que está despierto, plenamente atento. Es una expresión que han usado otras personas; no la he inventado yo.

Cuando los seres humanos son conscientes («me pondré enfermo…, envejeceré…, moriré…»), esa consciencia puede producir ansiedad, miedo y angustia, lo cual puede influir negativamente en la salud. La gente se pregunta si las otras especies tienen menos consciencia y no sufren pensando en el futuro. Dado que los seres humanos tenemos esa angustia, planteamos preguntas filosóficas como: ¿quién soy?, ¿qué será de mí?, ¿existí en el pasado?; para el caso: ¿qué clase de animal fui?, ¿existiré en el futuro?; en tal caso, ¿qué clase de animal seré? Todas estas preguntas proceden de esa angustia y crean una gran cantidad de enfermedad y malestar. Y preguntas como: «¿Me querían mis padres?, ¿fue accidental que yo naciera?, ¿me quiere alguien?», también proceden de esa angustia y del pensamiento que se basa en ella.

Pero la capacidad de ser conscientes (es decir, ser un ser humano consciente) es lo que nos salvará. Esa consciencia nos ayudará a saber que el entorno de este planeta pertenece a todas las especies y a comprender que la especie humana está destruyendo el medio ambiente. Cuando las personas sean conscientes del sufrimiento que provoca la opresión política, la injusticia social, cuando puedan ver realmente esas cosas, serán capaces de dejar lo que estén haciendo y ayudarán a otros a detenerse para tomar un camino distinto, un camino que no destruya el planeta. Ser conscientes de las cosas nos produce ansiedad y angustia. Pero si sabemos usar esa consciencia, esa atención plena, seremos capaces de ver en qué estado nos encontramos. Sabremos lo que debemos y no debemos hacer para transformar las cosas y propiciar la paz, la felicidad y una vida para el futuro.

La meditación sentada no tiene por objeto llegar a ningún tipo de iluminación en el futuro. Al sentarnos, tenemos la posibilidad de estar plenamente con nosotros mismos.

Sentados en el cojín, respiramos de tal manera que llegamos a estar plenamente vivos; estamos plenamente en el presente, en el aquí y el ahora. Tener tiempo para sentarse, tener tiempo para andar, tener tiempo para cepillarse los dientes, tener tiempo para disfrutar del agua que corre cuando te enjuagas el jabón de las manos: eso es civilización.

Cuando comemos con alguien, deberíamos hacerlo de tal manera que permita el sosiego, la comodidad y la felicidad, porque comer juntos es realmente una práctica profunda. Igual que a la hora de respirar, sentarse, andar y trabajar, come de manera que tus antepasados coman contigo. Tu padre come contigo, tu abuelo y tu abuela comen contigo. Siéntate cómodo, como quien no tiene problemas ni inquietudes. Buda nos enseñó que cuando comemos, no deberíamos permitirnos estar perdidos en pensamientos y conversaciones sin sentido. Deberíamos habitar en el momento presente para estar plenamente en contacto con la comida y la Sangha que nos rodea. Comamos de manera que seamos felices, que estemos a gusto, que tengamos paz, para que cada uno de nuestros antepasados y descendientes en nosotros pueda beneficiarse de ello.

Cuando tenía cuatro o cinco años, cada vez que mi madre iba al mercado me traía un pastel de pasta de judías. Mientras ella estaba fuera, yo jugaba en el jardín con los caracoles y las piedras. Cuando mi madre volvía, me sentía muy feliz al verla, cogía el pastel que me daba y salía a comerlo al jardín. Sabía que no debía comerlo muy deprisa.

Quería comérmelo lentamente, cuanto más despacio, mejor. Solo mordía un pedacito del borde, para dejar que la dulzura del pastel entrara en mi boca, y miraba hacia arriba, al cielo azul. Miraba hacia abajo, al perro. Miraba al gato. Así es como me comía el pastel, y tardaba media hora en acabármelo. No tenía preocupaciones. No pensaba en la fama, el honor o las ganancias. De manera que el pastel de mi infancia es un recuerdo, un recuerdo maravilloso. Todos hemos vivido momentos así, cuando no ansiábamos nada ni lamentábamos nada. No nos planteábamos preguntas filosóficas como «¿quién soy?».

¿Somos capaces de comernos un pastel así ahora, de bebernos así una taza de té, y de gozar del entorno?

Podemos aprender a andar de nuevo, firmemente, como una persona libre, sin espíritus que nos persigan. Hemos aprendido a sentarnos, a sentarnos cómodamente, como si estuviéramos sentados sobre una flor de loto en vez de sobre trozos de carbón ardientes; sentados sobre trozos de carbón ardientes, perdemos toda nuestra paz.

Aprendemos a respirar, a sonreír, a cocinar. Nuestra madre nos enseñó a comer, a beber, a estar de pie, a andar, a hablar, ¡todo! Ahora tenemos que aprender todas esas cosas de nuevo, con mindfulness. De esta manera naceremos de nuevo a la luz de la consciencia.

Thay

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