La paciencia, como comúnmente suponemos, no significa aguantar con desaliento y
pasividad, sino adoptar una perspectiva de la vida mucho más amplia. La paciencia implica
reconocer que podemos sobrellevar los altibajos, giros y turbulencias, triunfos y tragedias de
la vida, e incluso salir airosos ante ellos y crecer.
Cultivar la paciencia no implica volverse apático o sucumbir ante sentimientos de
impotencia, sino más bien recordar una verdad muy sencilla: no tenemos dominio ni control
sobre los acontecimientos que se nos presentan en la vida. La paciencia significa mantener
una conciencia serena en medio de las tormentas de la vida, que nos otorgue la capacidad
de seguir adelante frente a la adversidad.
En las enseñanzas budistas, esta cualidad se compara con la ecuanimidad. La ecuanimidad
no se entiende como la falta de preocupación por lo que nos pueda suceder o dejar de
suceder a nosotros y a los demás. Por supuesto que sí nos preocupa. Más bien, la
ecuanimidad, como voz de la sabiduría, simplemente nos recuerda que la vida es una serie
de altibajos sobre los que tenemos poco control. Podemos y debemos hacer todo lo que esté
en nuestras manos para aliviar el sufrimiento y procurar la felicidad de los demás, pero en
última instancia el universo no es algo que podemos dirigir a nuestro antojo. Incluso los
cambios que se manifiestan en nuestras vidas pueden no coincidir con los planes de nuestro
calendario personal. Reconocer esto aporta a nuestra compasión una visión interior
profunda y hace que nuestros esfuerzos por cambiar el mundo sean realistas y sostenibles.
Me siento inspirada por Larry Brilliant, un joven médico que vivió en la India en la década de
los setentas y que desempeñó un papel muy importante en la exitosa campaña para
erradicar la viruela en ese país. Larry visitó los templos donde los hindúes solicitaban a su
diosa que los ayudase y protegiese de la enfermedad, para buscar brotes no reportados;
caminó en las aldeas de la selva con un calor de casi cincuenta grados; pegó avisos sobre
salud pública en los flancos de los elefantes y los rickshaws, es decir, vehículos ligeros de dos
ruedas que comúnmente son desplazados por tracción humana; y vacunó y dio tratamiento
a miles de pacientes. Cuando la Organización Mundial de la Salud declaró en 1980 que el
mundo estaba libre de viruela, Larry envió a sus amigos una inolvidable postal, la cual
mostraba en su anverso una imagen de la última víctima y en el reverso una bendición de su
maestro espiritual. Era como un glorioso aleluya resonando por todo el mundo.
Hace unos años mientras caminaba en Nueva York, pensé en la noticia que anticipaba la
terrible posibilidad de que la viruela volviese a aparecer en el mundo, esta vez como un
arma del odio terrorista para infundir miedo. De repente, me acordé de Larry y de su tarjeta
postal, y pensé en la desesperación que probablemente sentiría de ver que el trabajo más
amoroso y eficaz de su vida podía verse amenazado y destruido. Más tarde, ese mismo día le
llamé por teléfono y descubrí que, aunque se sentía consternado por la idea de que los
terroristas pudieran hacer rebrotar una enfermedad ya extinta, su asombroso espíritu
permanecía inalterable. “Ya la erradicamos una vez”, dijo. “Podemos hacerlo de nuevo”.
Una vez que estemos definitivamente determinados a querer conquistar nuestra libertad y a
soltar el enojo y el odio, es necesario que comprendamos sus mecanismos mentales. Aquí es
donde se ve la gran diferencia que hay entre las enseñanzas de Shantideva y las de muchas
autoridades religiosas (incluidas algunas budistas), en las que simplemente se nos insta a
suprimir el enojo porque es un “pecado”. Por su parte, en lugar de simplemente proponer
que lo suprimamos, el manual de psicología de Shantideva nos ayuda a profundizar en toda
la situación del enojo y a tomar conciencia de cómo funciona junto con el odio. He aquí un
enfoque más proactivo.
El enojo como adicción lleva implícito que nos dejamos arrastrar por él. Cuando la cólera se
hace adictiva nos dejamos llevar incontroladamente por ella, derribando nuestra razón y
sentido común, y haciendo que nuestra mente, habla y cuerpo se conviertan en sus
herramientas. Podemos observar cómo surge el enojo mediante la atención plena. Cuando
lo hacemos, veremos que no explota sin previo aviso. Hay una fase durante la cual
empezamos a tener una sensación muy incómoda, acompañada de presión en el plexo solar
y sensación de ahogo en la garganta, e incluso algunas veces náuseas en el estómago y un
arrebato de calor. Sentimos una fuerte incomodidad física y mental. Antes de que se
manifieste el enojo propiamente dicho, se presenta una especie de incomodidad o
frustración mental que surge junto con la conciencia de que está sucediendo algo que no se
desea o, por el contrario, que lo que se desea se está frustrando. En estos momentos,
aunque nos sintamos cada vez más enfadados todavía podemos razonar.
La clave es intervenir mental, verbal o físicamente lo antes posible para disipar la
incomodidad interna o para enfrentar enérgicamente la situación externa. Éste es el
momento de actuar con profundidad y energía, pero sin reprimir la sensación de
incomodidad. En ese momento, antes de que nuestra frustración estalle en enojo, somos
plenamente conscientes, así que podemos evaluar los procesos que lo ocasionaron y, por
consiguiente, tener la oportunidad de actuar hábilmente.
Si podemos intervenir en la situación externa de manera física o verbal debemos hacerlo
rápido y contundentemente. Algunas personas pueden percibir en esos momentos que sus
acciones están siendo provocadas por el enojo, porque todavía no han perdido el control. La
plena conciencia y el situarse en esos instantes previos a la pérdida de control y a la
consecuente reactividad, ayudan a manifestar una energía controlada, prudente y bien
dirigida, respondiendo así con la elegancia y la gracia de un experto en artes marciales. Si no
es posible actuar física o verbalmente porque no se puede influir con eficacia en el resto de
las personas involucradas en la situación, entonces rediriges tu mente hacia ti mismo para
calmar esa incomodidad y frustración, usando esa energía para que tu mente se haga lo más
inmune posible, sin verse afectada por la situación. Mediante la creatividad puedes hacer
que el dolor que sentiste por el daño recibido sirva para tu evolución interior, sin perder los
estribos ni suprimir tu furia, que se pudre en un odio glacial. Tomas la decisión de dirigir tu
mente hacia el desarrollo de una mayor tolerancia, a empatizar con aquellos que te hicieron
daño para ampliar la comprensión de su situación y ver qué pasó para que se convirtieran en
personas tan dañinas —que los hizo entregarse a sus propios enojos y odios—, y fortalecer
tu determinación de no actuar nunca de esa manera para evitar causar ese mismo dolor a
otra persona.
Si tu implicación activa la haces frente a otras personas, ésta será mucho más eficaz si se
hace con moderación y controlando tu energía, sin perder el control o reaccionando de
manera desproporcionada. Tal vez, hagas lo que hagas, no seas capaz de evitar las
consecuencias y todos tus temores se hagan realidad después de todo. Pero incluso en ese
caso puedes hacer una introspección e intervenir en tu mundo interior, en tu mente.
Independientemente del resultado, es imperativo mantenerse alegre y animado. Eso no
significa poner una sonrisa superficial, ocultando tu incomodidad y frustración, pretendiendo
estar de tan buen humor, cuando realmente lo que sientes es cada vez más agitación. Ese
enfoque nunca funciona. Pero cuando te mueves asertivamente para cambiar la situación,
mientras haya esperanzas de que tu intervención sea efectiva, puedes actuar con firmeza y
equilibrio, e incluso, si es necesario, enérgicamente para dejar clara tu postura. Cuando no
puedas hacer nada en el exterior, cuando las circunstancias sean demasiado graves y tu
poder de intervención sea poco convincente, debes trabajar internamente para cambiar tu
percepción de la situación y no reaccionar.
“Pero, ¿cómo puedo cambiar la percepción de una situación que no está yendo como
desearía?”, podrías preguntar. Hay diferentes maneras. Por un lado, puedes desplazar tu
punto de enfoque y tener en cuenta las bendiciones que has recibido, pensando que las
cosas podrían ser peores. O puedes observar con mayor profundidad lo que te molesta y
poner en tela de juicio tu interpretación sobre la situación. La interpretación siempre está
funcionando en un nivel subliminal y afecta la percepción que tenemos de algo que parece
objetivo. Para hacer que tu percepción sea más realista, puedes utilizar el autoanálisis crítico
y de esa manera debilitas tu certeza de lo que realmente está sucediendo. Entonces tus
sentimientos al respecto empezarán a cambiar. De esa manera habrás creado un espacio
para entender que la aparente desventaja que supone sentirse frustrado por no ver
cumplidos tus deseos y esperanzas puede ser una ventaja. Puedes aprovechar la ocasión
para ser más tolerante y fuerte. Una vez que seas capaz de observar lo que está mal a través
de ese sentido de certidumbre, podrás ver la situación desde otra perspectiva y considerar
dicha desventaja como un desafío que puedes superar. Como mínimo, te darás cuenta de
que el hecho de enojarse no va a mejorar la situación; sólo va a aumentar tu frustración y
sufrimiento.
Es crucial que cambies tu percepción, da igual cómo lo hagas ya que estás lidiando con una
adicción. Del mismo modo que los toxicómanos se dejan seducir por la idea de que la droga
los liberará de sus experiencias negativas, el enojo se presenta ante tu mente como una
energía útil. Te habla en tu interior con el pensamiento: “¡Esta situación es inaceptable,
indignante! Voy a explotar en furia y a hacer polvo ese obstáculo con mi terrible energía. Así
resolveré la situación”. Quizá esa solución haya funcionado bien en el pasado, pero ahora es
indispensable darse cuenta de que existen otras opciones para manejar el sufrimiento que
experimentamos.