La Paciencia

La siguiente virtud es la paciencia. Si no tenemos paciencia en la vida diaria nos volvemos personas
intranquilas y ansiosas. Hacemos cosas inhábiles, sólo porque queremos ver rápidamente los
resultados de lo que habíamos planeado.
La impaciencia pone de manifiesto al ego porque lo que en realidad queremos es que las cosas
sucedan tal y como las planeamos. Queremos que sucedan en el momento en el que hemos
decidido que ocurran. Lo único que tomamos en consideración son nuestros propios deseos,
olvidando que existen otros factores y otras personas en juego. También olvidamos que solamente
somos una persona entre los cuatro billones que hay en este planeta. Y que este planeta es un
diminuto punto en esta galaxia y que existen incontables galaxias. Olvidamos estas cuestiones
porque nos conviene. Queremos que las cosas sean como deseamos que sean y las queremos
ahora. Cuando no ocurren según nuestras ideas preconcebidas, la persona que se impacienta
generalmente se enfada mucho. Ésta es la forma en la que surge el círculo vicioso de la impaciencia
y el enojo.
Una de las bases de la paciencia es la profunda visión interior. Vemos que se pueden hacer planes
pero que cualquier cosa puede interferir con ellos. A veces esto puede ser el resultado de un buen o
un mal karma, y no hay más remedio que aceptar los reveses. Si no podemos aceptar lo que sucede
en nuestras vidas, sufriremos el doble. Todos experimentamos sufrimiento simple, pero cuando no
lo aceptamos éste al menos se duplica, porque la resistencia trae consigo dolor. Cuando hacemos
mucha fuerza al empujar algo, las manos empiezan a dolernos. Si colocamos las manos suavemente
contra una puerta o una pared no sentimos dolor alguno. Todo nuestro sufrimiento surge cuando
resistimos o cuando ansiamos.
La persona que es paciente es aquella que puede contemplar el panorama general: la que puede
ver que las cosas cambian, que se mueven y fluyen continuamente. Lo que hoy nos parece tan
terrible puede que mañana, el mes que entra o el año próximo nos parezca normal. Lo que requería
y necesitaba hacerse el año pasado de manera tan urgente, tal vez ahora ya no nos interese hacerlo
en absoluto. Al considerar esto, ponemos atención en lo que puede suceder, pero sin prejuzgar. Si
algo no sucede exactamente como esperábamos, lo consideramos como una consecuencia normal
del constante flujo y cambio de las cosas.
En buena medida, sólo podemos cultivar las virtudes cuando ha surgido en nosotros un poco de
visión interior profunda. Esta visión interior implica el cultivo, por un lado, de la sabiduría y la
energía necesarias para ir en la dirección correcta y, por el otro, de la paciencia y la renuncia
necesarias para contrarrestar el egocentrismo, puesto que todo es impermanente, insatisfactorio e
insustancial.

En términos budistas, “visión interior profunda” significa darse profundamente cuenta de cada una
de estas tres cualidades, las cuales denotan incesante actividad. Lo único más o menos estable es la
atención que debemos poner en ellas. Solemos evitar verlas porque no nos gustan y, por tanto, las
resistimos y no las aceptamos. Negamos su existencia e inventamos toda clase de pensamientos
para escapar de ellas. Pero lo único que nos puede ayudar a escapar de verdad es aceptarlas,
comprenderlas y sentirnos bien con ellas. De esa manera podremos escapar definitivamente. Todo
lo demás es una vía de escape temporal que nos hace caminar en círculos, haciéndonos regresar al
punto de partida.
Necesitamos tener paciencia con nosotros mismos. Si no lo hacemos no tendremos paciencia con
nadie. Además, si somos impacientes con nosotros mismos nos desvalorizamos. Caemos en la
exageración cuando minimizamos nuestras cualidades y nuestro valor, y luego nos disgustamos si la
realidad no encaja con nuestros deseos. “Ya debería alcanzar la iluminación” o “Debería tener la
capacidad de sentarme durante dos horas sin moverme” o “No debería sentir somnolencia”. Todo
tipo de “debería”. Entonces estas ideas también las aplicamos en los demás y nos volvemos
intolerantes con sus deficiencias.
La paciencia no tiene por que degenerar en autocomplacencia. Una persona muy paciente posee la
amorosa cualidad de mantenerse imperturbable. Por otro lado, si no hay suficientes visión interior
profunda y sabiduría, la falsa paciencia puede degenerar fácilmente y manifestarse como
autocomplacencia al creer que no importa lo que se hace lo cual, definitivamente no es cierto.
Actuar de manera saludable y habilidosa sí que importa. Hay que emplear la sabiduría para hacer de
la paciencia una virtud hábil. Si uno acepta lo que está pasando y lo comprende como una
consecuencia normal del flujo y del cambio constantes, entonces alcanza la determinación y la
energía necesarias para redirigirse hacia un crecimiento interior continuo.
Una persona autocomplaciente puede mirar sus ropas y decir: “Bueno, están sucias, ¿qué puedo
hacer? Todas las ropas se ensucian alguna vez”. Eso es llevar las cosas demasiado lejos. O alguien
más podría observar su habitación y decir: “Está hecha un desastre. Todas las habitaciones se
desordenan alguna vez”. O alguna otra podría mirar su casa y decir: “La pintura se está cayendo.
Bueno, todas las pinturas se van deteriorando alguna vez”. Eso es dejar que las cosas ocurran sin
poner la determinación y la energía necesarias para redirigirlas hacia una evolución que no decaiga,
tanto a nivel exterior como interior. Por ejemplo, alguien podría ver algún oscurecimiento o
impureza mental dentro de sí mismo y pensar: “Bueno, ¿qué puedo hacer? Todos somos codiciosos
y sentimos enojo en algún momento”, y no hacer nada al respecto. Desde luego, eso es insuficiente.
Por otra parte, no sirve de nada impacientarse si observamos que somos codiciosos y nos
enojamos. Toma su tiempo mejorar. Hemos estado aquí desde tiempo sin principio, una y otra vez,
y por tanto tenemos la tendencia de actuar con codicia y con enojo. Nos tomará un tiempo ir
desprendiéndonos de eso. Requerimos paciencia, pero no autocomplaciencia.

 

Ayya Khema
“Being Nobody, Going Nowhere”
Fragmento: Cap. 11 “Ten Virtues”, “Patience”, p. 34
Ed. Wisdom Publications, 2016

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