Mente y objeto son uno mismo

La otra tarde, cuando volví a mi ermita, tuve que cerrar todas las puertas y ventanas a causa
del fuerte viento. Esta mañana, en cambio, tengo la ventana abierta y puedo ver el frío y
verde bosque. Brilla el sol y canta hermosamente un pájaro. La pequeña Thuy ya ha partido
para la escuela. Como tengo que dejar de escribir un rato, puedo ver la arboleda que se
extiende hasta el otro lado de la colina. Me percato de su presencia y de mi propia
presencia.

No siempre es necesario cerrar nuestros sentidos-puertas para concentrarnos. Los
meditadores noveles tal vez encuentren provechoso cerrar sus ventanas a las imágenes y
sonidos a fin de que les sea más sencillo concentrarse en la respiración o en algún objeto,
pero también es posible hacerlo con las ventanas bien abiertas. Los objetos de los sonidos
no existen solo fuera del cuerpo. Aunque no miremos ni escuchemos, no olamos y
gustemos, no podemos soslayar las sensaciones internas del cuerpo. Cuando nos duele una
muela o tenemos un calambre en la pierna, sentimos el dolor. Si todos nuestros órganos
están sanos, percibimos una sensación de bienestar. El budismo habla de tres clases de
sentimientos: los placenteros, los displacenteros y los neutros. En realidad, los llamados
neutros pueden ser muy placenteros, si somos conscientes.

Las sensaciones internas del cuerpo conforman una corriente ininterrumpida, seamos o no
conscientes de ellas, de modo tal que “cerrar nuestros sentidos-puertas” es en verdad
imposible. Aunque pudiéramos levantar una barricada en torno a ellas, la mente y la
consciencia continuarían su trabajo, y tendríamos imágenes, conceptos y pensamientos
emanados de la memoria. Algunos creen que meditar es separarnos del mundo de los
pensamientos y sentimientos y retornar a una suerte de estado puro en que la mente se
contempla a sí misma y se vuelve “la mente verdadera”. Es una idea encantadora, pero
básicamente engañosa. Dado que la mente no está aislada del mundo de los pensamientos
y sentimientos, ¿cómo puede replegarse y retirarse en sí misma? Cuando miro estos árboles
que tengo delante, mi mente no sale de mí para internarse en el bosque, ni tampoco abre
una puerta para que los árboles entren. Mi mente se fija en los árboles, pero estos no
constituyen un objeto diferenciado. Mi mente y los árboles son uno. Los árboles no son más
que una de las manifestaciones milagrosas de la mente.

Bosque.
Miles de cuerpos de árboles y el mío.
Las hojas se agitan,
Los oídos escuchan el llamado de la corriente,
Los ojos miran el cielo de la mente,
De cada hoja se desprende una media sonrisa.
Hay un bosque aquí
Porque yo estoy aquí.
Pero la mente lo sigue al bosque
Y se viste de verde.

Cuando el sabio entra en el samadhi, no sabe si hay un “mundo externo” que deba quedar
fuera o un “mundo interno” en el que deba penetrarse. El mundo se revela a sí mismo, por
más que estén los ojos cerrados. El mundo no es interno ni externo. Está vital y completo en
todo objeto que se contemple; la respiración, la punta de la nariz, un kung-an, algo tan
minúsculo como una pizca de polvo o tan gigantesco como una gran montaña. Sea cual
fuere el objeto, no es un fragmento de alguna realidad suprema. En verdad, contiene toda la
vasta totalidad de la realidad.
Lo pequeño no esta dentro,
lo grande está fuera
Te invito a que medites conmigo. Siéntate, por favor, en una posición que te resulte cómoda
y fija tu atención en tu respiración, dejándola que se vuelva suave y ligera. Después de unos
momentos, desplaza tu atención a los sentimientos de tu cuerpo. Si sientes molestia o
dolor, si sientes algo placentero, lleva ahí tu atención y vive o disfruta ese sentimiento con
toda tu conciencia despierta. Quédate así un rato; luego comienza a observar al
funcionamiento de tus órganos: el corazón, los pulmones, el hígado, los riñones, el aparato
digestivo… Normalmente estos órganos funcionan sin tropiezos y no atraen nuestra
atención salvo cuando sentimos un dolor. Repara en la sangre, que recorre tu cuerpo como
un río recorre la campiña, nutriendo de agua fresca los prados.

Como sabes, este río de sangre nutre a toda las células de tu cuerpo, tus oraciones y tus
órganos, compuestos de células, enriquecen esa sangre (aparato digestivo), la purifican
(hígado, riñones) y la impulsan (corazón). Todos los órganos del cuerpo, incluido el sistema
nervioso y las glándulas, dependen unos de otros para su existencia. Los pulmones son
necesarios para la sangre, y por ende le pertenecen. La sangre es necesaria para los
pulmones, y por ende les pertenece. Del mismo modo, podemos decir que los pulmones le
pertenecen al corazón, que el hígado pertenece a los pulmones, etc. En cada órgano está
implícita la existencia de todos los demás. En el Avatamsaka Sutra a esto se le denomina “la
interdependencia de todas las cosas” o el “ser entrelazado”. Causa y efecto dejan de
percibirse como algo lineal y pasan a constituir una red, pero no una red bidimensional, sino
un sistema de innumerables redes entretejidas en todas direcciones en el espacio
multidimencional. Y no solo los órganos contienen en sí mismo la existencia de todos los
demás órganos, sino que cada célula contiene a todas las restantes. Cada una está presente
en todas y todas están presentes en cada una. El Avatamsaka Sutra lo dice claramente:
“Uno es todo, todo es uno”.

Cuando captamos bien esto, nos liberamos del engaño de pensar en lo “uno” y lo
“múltiple”, es hábito que nos ha tenido atrapados durante tanto tiempo. Cuando yo digo
que “cada célula contiene a todas las restantes”, no debes malinterpretarme pensando que
la capacidad de una célula puede estirarse para dar cabida a las demás. Lo que quiero decir
es que la presencia de cada una implica la presencia de todas las otras, ya que no puede
existir en forma independiente o separada de éstas. Un maestro Zen vietnamita dijo cierta
vez: “Si esta pizca de polvo no existiera, no podría existir el universo”. La persona despierta
ve el universo con solo observar una pizca de polvo. Aún los novicios en meditación pueden
comprender esto por vía de la observación y la reflexión, aunque no les resulte tan claro
como una manzana en la mano. El Avatamsaka Sutra contiene frases que podrían aterrar y
confundir a los lectores que no han meditado en el principio de la interdependencia. “En
cada pizca de polvo veo innumerables mundos del Buda, y en cada uno de esos mundos
innumerables Budas brillando con sus auras preciosas”. “Poner un mundo en todos los
mundos, poner todos los mundos en un mundo”. “Del extremo de un cabello pueden colgar
innumerables Montes Sumeru”.

En el mundo fenoménico, las cosas parecen existir como entidades separadas que ocupan
un lugar específico, “esto” se halla fuera de “aquello”. Cuando penetramos profundamente
el principio de la interdependencia, comprobamos que esa percepción de separatividad es
falsa. Cada objeto se compone de todos los demás y los contiene. A la luz de la meditación
sobre la interdependencia, se quiebra el concepto de “lo uno/lo múltiple”, y con él se
derrumban también los conceptos de “grande/pequeño”, “dentro/fuera” y todos los
restantes. Al advertir esto, el poeta Nguyen Cong Tru exclamó:
En este mundo y en los mundos
Que están más allá,
¡Buda es incomparable!
Lo pequeño no está dentro
Lo grande no está fuera.
El sol mi corazón
Ahora que hemos advertido que “Uno es todo, todo es uno” en nuestro cuerpo, demos un
paso más y meditemos sobre la presencia en nosotros del universo integro. Sabemos que si
nuestro corazón deja de latir, se detiene nuestra vida; de ahí que valoremos tanto a nuestro
corazón. Sin embargo, no solemos darnos el tiempo suficiente para notar que hay otras
cosas, fuera de nuestro cuerpo, tan esencial como él para nuestra supervivencia. Miren esta
enorme luz que llamamos el sol: si deja de brillar, también cesará el fluir de nuestra vida. El
sol es entonces nuestro segundo corazón, el corazón que está fuera de nuestro cuerpo. Este
enorme “corazón” brinda a todo ser vivo sobre la Tierra el calor que necesita para existir.
Las plantas viven gracias a él: sus hojas absorben la energía solar junto con el anhídrido
carbónico del aire y producen el aliento indispensable a los árboles, las flores, el plancton; y
gracias a las platas, nosotros y otros animales podemos vivir. Todos (personas, animales,
plantas) “consumimos” directa e indirectamente el sol. Los efectos que éste surte son
tantos que no podríamos siquiera empezar a enumerarlos. De hecho, pues, nuestro cuerpo
no se limita a lo que está dentro de las fronteras de la piel; es mucho mayor, mucho más
inmenso. Si la capa de aire que rodea la Tierra desapareciese tan solo un instante, “nuestra”
vida se interrumpiría. No hay fenómeno en el universo que no nos concierna íntimamente,
desde el guijarro que descansa en el fondo del océano hasta el movimiento de una galaxia
situada a millones de años luz. El poeta Walt Whitman lo dijo así: “Creo que una hoja de
hierba no es inferior a la trayectoria diaria de las estrellas…” Y estas palabras no son
filosofías, vienen de lo más hondo de su alma. Dijo también: “Soy amplio, contengo
multitudes”.

Ser entrelazado e interpenetración
La meditación que acabo de sugerir podría denominarse también la del “ser entrelazado o
interminablemente entretejido”, vale decir que sería una meditación sobre las
manifestaciones de todos los fenómenos interdependientes. Esta clase de meditación
puede contribuir a liberarnos de los conceptos de “unidad/diversidad” o de “uno/todos”, y
disolver el concepto del “yo”, que se edifica sobre la base de la oposición entre la unidad y
la diversidad. Cuando pensamos en una pizca de polvo, una flor o un ser humano, nuestro
pensamiento no puede romper amarras con la idea de la unidad, de lo uno, del cálculo.
Vemos como trazada una línea de separación entre lo uno y lo múltiple, entre lo uno y lo
que no-es-uno. En la vida diaria necesitamos esto de la misma manera que un tren necesita
carriles para circular, pero si de veras advertimos la naturaleza interdependiente del polvo,
la flor y el ser humano, entendemos que la unidad no puede existir sin la diversidad, Unidad
y diversidad se interpenetran libremente. La unidad es diversidad. Tal es el principio del “ser
entrelazado” y de la interpenetración expuesto en el Avatamsaka Sutra.

Ser entrelazado significa que “esto es eso” y que “eso es esto”. Interpenetración significa
que “esto es en eso” y que “eso es en esto”. Al meditar profundamente sobre el ser
entrelazado y la interpenetración, vemos que la idea de “uno/muchos” no es más que una
construcción mental que empleamos para dar contención a la realidad, así como
empleamos un balde para contener agua. Una vez que escapamos a los confines de dicha
construcción, somos como un tren que se hubiese liberado de sus rieles y volara libremente
por el espacio. Del mismo modo que cuando nos damos cuenta de que estamos parados
sobre un planeta esférico que rota en torno a su eje y alrededor del sol se desintegran
nuestros conceptos de “arriba” y “abajo”, así también cuando advertimos la
interdependencia de todas las cosas, nos liberamos de la idea de “uno/muchos”.

En el Avatamsaka Sutra se recurre a la imagen de la red enjoyada de Indra para ilustrar la
infinita variedad de interacciones e intersecciones de todas las cosas. Esta red está tejida a
partir de una infinita variedad de gemas brillantes, cada una de las cuales posee
innumerables facetas. Además, cada gema refleja en sí a todas las restantes de la red, cada
gema contiene a todas las demás.

También podemos apelar a un ejemplo geométrico. Imaginemos una circunferencia cuyo
centro sea el punto C. Ella se compone de todos los puntos que equidistan de C. La
circunferencia existe porque existen todos y cada uno de sus puntos; bastaría que faltase
uno solo para que ella desapareciese de inmediato. Es como un castillo de naipes;
remuévase uno de los naipes y el resto se derrumbará. Cada naipe depende de todos los
otros y basta que falte uno para que el castillo se venga abajo. En la circunferencia, la
presencia de cada punto depende de la presencia de todos los otros, también en este caso
vemos que “Uno es todo, todo es uno”. Todos los puntos de la circunferencia tienen pareja
importancia, así como las cartas del mazo de naipes. Cada uno es vital para la existencia del
conjunto y por ende para la existencia de las demás partes. Eso es interdependencia.

Thich Nhat Hanh
El sol en mi corazón
Fragmento: Cap. 3, Pp. 71-78
Argentina: Editorial Era Naciente, 1993

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