Sin sufrimiento, sin la comprensión del sufrimiento, es imposible la verdadera felicidad

Muchos de nosotros practicamos la meditación sentada para huir del sufrimiento, porque la meditación sentada proporciona tranquilidad, relajación, y ayuda a dejar atrás el mundo de desdicha y conflicto para experimentar, en cambio, alegría y felicidad. Nos sentamos para sufrir menos; nos comportamos como un conejo que vuelve a entrar en su madriguera para sentirse protegido. Nos sentamos como un conejo en nuestro agujero para que no nos molesten, queremos dejar atrás el mundo. Lo hacemos porque sufrimos mucho, porque queremos cierto descanso, cierto escape. Pero ese no es el verdadero propósito de la meditación. Cuando nos sentamos como un conejo, solo estamos tratando de evitar el sufrimiento. Tenemos que usar la inteligencia y la concentración para conseguir discernimiento, transformar el sufrimiento interior y convertirnos en un buda, en un iluminado, en una persona libre.

En el budismo existe el concepto de los tres mundos: el mundo del deseo, el mundo de la forma y el mundo de la no forma. Tenemos capacidad para desprendernos del deseo; practicamos la renuncia al mundo del deseo para conseguir alegría y felicidad. Ese es el primer paso de la práctica. Pero aunque hayamos abandonado el reino del deseo, el discurso mental continúa. Por eso practicamos el silencio, para detener el discurso mental. El discurso mental está constituido por dos elementos: vitarka y vicara. Vitarka es el pensamiento inicial y vicara es el pensamiento reflexivo y continuado. 

No podemos dejar de pensar. Hay una grabación de audio funcionando continuamente en nuestra cabeza; es el ruido provocado por el discurso mental que siempre está en marcha. Para detener ese discurso mental se nos enseña a reconocer la inspiración y la espiración. Para detener el pensamiento debemos limitarnos a habitar en la inspiración y la espiración. Al disfrutar de la inspiración y la espiración, podemos parar el discurso mental. Y se produce el silencio. Por eso podemos sentarnos ahí y disfrutar de la inspiración y la espiración, disfrutar del silencio, de la no presencia del discurso mental, disfrutar de cierta alegría, de cierta felicidad.

Pero eso no basta. Si nos limitamos a practicar eso, tres años más tarde es posible que dejemos la comunidad de práctica. Y cuando la hayamos dejado y hayamos vuelto al mundo, veremos de nuevo cuánto sufrimiento hay en él. Y después de tres meses o un año en ese mundo, querremos volver de nuevo a la comunidad. Y así sucesivamente. Tal vez sigamos practicando de ese modo: alegría y felicidad nacidas del silencio, nacidas del dejar atrás.

Ese es un toque de atención del mindfulness que nos dice que tenemos que profundizar más. Cuando nos somos felices como practicantes, culparemos a otras cosas de nuestra infelicidad. Diremos que si no somos totalmente felices, es debido a las condiciones externas y del mundo que nos rodea; la causa no está en nosotros. Este es un problema en todas las comunidades de práctica. Pero si sabemos cuál es el problema, podremos crear nuestra comunidad de manera que todo el mundo pueda comprender que si no son felices, es porque no saben cómo conservar su felicidad. No saben cómo profundizar más para transformar el dolor, la ansiedad, el sufrimiento profundo que todavía permanece en lo profundo de la conciencia.

Ese sufrimiento puede ser el sufrimiento soportado durante la infancia. Pueden haber abusado de nosotros siendo niños. O puede que nuestro sufrimiento sea el sufrimiento de nuestro padre, o de nuestra madre, que tal vez fueron maltratados de niños, y ahora su sufrimiento ha pasado a ser nuestro. Aunque solo tengamos una vaga sensación de sufrimiento, tenemos que practicar para entrar en contacto con él, y podemos usar el
discernimiento para reconocerlo. Y si necesitamos sufrir, entonces diremos: «Sufriré porque sé cómo es este sufrimiento, aprenderé y me hará bien». Es como comer melón amargo. No tenemos miedo. Sabemos que el melón amargo es beneficioso para nosotros.

Por eso, cuando surja el sufrimiento, quédate donde estés y dale la bienvenida, ya sea tu ira, tu frustración o tu anhelo de algo no satisfecho. Aunque ese bloqueo de sufrimiento no tenga ningún nombre, y todavía no puedas nombrarlo, sigue siendo sufrimiento. Así que estate preparado para saludarlo, abrazarlo tiernamente y vivir con él.

Cuando hayamos aceptado el sufrimiento y estemos preparados para sufrir, ya no nos molestará más. Sentiremos que somos capaces de vivir con él porque nos hace bien y, como el melón amargo, nos sana. Por eso permitimos que el sufrimiento esté en nosotros. Lo aceptamos y estamos preparados para sufrir un poco con el fin de aprender.

Si no aceptamos y abrazamos tiernamente el sufrimiento, no sabremos lo que es. Y no llegaremos a saber que puede instruirnos y traernos alegría y felicidad. Sin sufrimiento, sin la comprensión del sufrimiento, es imposible la verdadera felicidad.

Thay

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